jueves, 29 de noviembre de 2007

Comentarios a las Lecturas del 3 al 8 de Diciembre



Comentarios a la Lectura del lunes 3 de Diciembre de 2007


Durante todo este tiempo de Adviento nos vamos a encontrar con un profeta que, como el despertar con estrépito, nos sobresalta y alerta. Isaías, el soñador, el hombre capacitado para ver lejos, ardiente ancla de la esperanza.
El adviento anuncia al Mesías como el brote dibuja un tallo, o un fruto. La incontinencia del tiempo hará temblar el futuro, pero se adivina, se yergue como promesa. Tal que así este tiempo. Asciende hacia la Encarnación como camino y posada. Reposo necesario y proyecto, así andamos en la vida. Huérfanos de sueños, la Iglesia nos propone no olvidar que Dios es la aspiración sublime de quien se sabe especialmente elegido para la felicidad.
Sión, o Jerusalén, o la Iglesia, o la humanidad es el sueño de Dios. El también sueña para nosotros, no sin nosotros. Se sueña refugio, cobijo, tienda o rescoldo y llama. No para El, sino para su criatura. Es un vuelco constante hacia la debilidad humana. Él, tan grande, se abaja con ternura, sin romper la coraza que nos hace distintos. Nos lleva.
Una propuesta, como siempre para poder ser mejores. No está mal. Pero, sobre todo, para dejarse amar. ¡Ah, si supiéramos! Si dejáramos que nos roce la caricia que concitamos…podríamos ser distintos y las estrellas serían nuestras hermanas ¡tan alto haríamos llegado!

Así este hombre. Un centurión, esto es, un romano odiado por los judíos -que ven con impotencia cómo la fuerza del ejército y de la civilización pisotea su pueblo, su tierra- se acerca a Jesús y pide. El sabe de órdenes, de leyes, de obediencias. Por eso sabe que quien pide a quien puede, podrá recibir lo que quiere. Los de fuera nos adelantarán, llegarán antes que nosotros porque adivinan que hay más verdad en quien da que en quien señala. Y nosotros señalamos mal. No creemos en un Dios que puede salvar. Creemos en el mito del “hombre hecho a sí mismo”, en ausencia de la caricia divina. Así nos va, así perdemos el tiempo manchando de cosas por hacer lo que debíamos salvar: el encuentro.
A ese vamos en Adviento. Tiempo de conversión, sí. Pero del corazón que ha de volverse al Amado, para dejarse restañar las heridas y comenzar de nuevo, en la esperanza de que vamos a ver la Historia en clave de triunfo, de gloria, de hombre redimido y dignificado.
A eso me invito, y a ti, hermanito o hermanita, que te asomas a este tiempo cíclico y repetitivo. No mires más que adelante, para poder ver la salvación que se nos anuncia. Nos han comprado con alto precio, sabemos y gustamos ya del triunfo. Déjate amar, llegarás antes.

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Martes 4 de Diciembre de 2004


Podemos escuchar, casi, la bota asiria que golpeaba rítmicamente anunciando la sangría de una conquista sin parangón en la historia. Israel, siempre bajo otras potencias, siempre teniendo que afirmar su monoteísmo en medio de la risa de los conquistadores. Israel, siempre teniendo que doblar la testuz por la violencia del opresor; y el pueblo y sus reyes encandilados, las más de las veces, por la lanza y el escudo del fuerte. Y por sus dioses, quizás más poderosos. En medio de esto, el profeta. Aquel que escucha la voz susurrante de un triunfo mayor. Isaias sostiene la esperanza, y también la fe. Mucho más potentemente donde anida un miedo a ser menos, a ser un grupo perdido en la nada del gran imperio Asirio. Vendrá la paz, dice. Desde donde no se sabe ni se espera. Y hasta donde ni se pueda imaginar. Atravesará toda la fibra de la creación para retornarla al paraíso, al edén.
Junto a este texto, bellísimo, el del Profeta de los sencillos. Vendrá la salvación desde las orillas de la humanidad. Se abrirá paso entre el pueblo despreciado del la tierra y ocupará el sitial de Dios mismo. Los sencillos, los que no visten su saber con orlas de desprecio, ni miradas de soslayo. Los sencillos, los que se acercan a pedir que les ofrezcan más de lo que son y se unen para llegar más lejos de lo que pueden; los que no tienen miedo de sí mismos y su pobreza; los que reposan su esfuerzo en el tesón, y en la ternura de Dios.
Y, como de paso, una bendición. Pero no para nosotros, que se convierte en lamento. Sí, ¡quién lo hubiera visto! Me gustaría ser aquel bajito Zaqueo, o el rácano de Mateo, o María la prostituta, para poder tocarlo y sentir su cercanía, que era la del Buen Dios. No se me concede más que adivinarlo entre las cosas y las personas. Una intuición sostenida en la esperanza de entreverlo más allá de estos ojos míos. Con una seguridad, si cabe: en la limpieza y la sencillez se me aparecerá con la claridad de la mañana.
Los sencillos, esos son los que saben verlo ahora.

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Miércoles 5 de Diciembre de 2007


Este texto evangélico tiene dos personajes referentes: por un lado Juan, el Bautista; por otro Isaías. Ambos trataron de adivinar cómo sería la liberación que esperaban. Y supieron dibujarla con trazos gruesos de misericordia. Donde había limitación, miseria, exclusión; donde reinaba la oscuridad y el paisaje era yermo y muerto, allí aparecería la salvación. No era extraño que quien se acercaba al grupo de los doce pudiera reconocer la pintura del mejor profeta de Israel, en aquel grupo compacto reunido entorno a la esperanza. Una esperanza que liberaba del yugo del pecado y de la muerte, de la ley mosáica entendida como servidumbre a la letra, de las barreras sociales que hacían de los pequeños, malvados y castigados.
¿Hay cura milagrosa? La hay. Dios derramaba sus bendiciones entre el nutrido grupo de los que no tenían nada que perder – los sencillos- y los rescataba de su incapacidad para retornar a la dignidad. Podían ponerse en pie y ser personas. Podían, de nuevo, mirar cara a cara al Dios-todo-bondad que enseñaba Jesús. El milagro se daba porque la mirada iba más allá de la parca y escueta realidad, para adentrarse en el mundo de Dios. En el Antiguo Testamento, en el Nuevo y en el mundo futuro hay sitio para el cambio profundo y radical de las cosas y las personas, al fin y al cabo todo reposa en Su mano.
El milagro de la multiplicación de la comida, panes y peces, se sitúa ahí precisamente. Jesús, compadecido, no quiere que los hombres y la mujeres que le siguen se vayan en ayunas. ¿Qué les ofrece? Lo que necesitan. En un corazón apretado de egoísmo, el gesto generoso rompe las apreturas y esparce el don a todos. Y entonces todo sobra. No sé si era pan, o si los multiplicó como el mago saca conejos de la chistera, pero lo que sí sé es que sobró. Hay, a veces, mucho más milagro en la transformación de un corazón que en un gesto contra las leyes de la naturaleza. Resuena aquí el gesto eucarístco de la generosidad de un corazón que se parte para que otros vivan.
Al fin y al cabo, todos milagros. El mundo nuevo surge al paso de este Hombre nuevo. De la misma forma que pasó haciendo el bien, así nosotros estamos convocados a repartir milagro o, dicho de otra forma, a transformar la realidad para que se parezca más a la que Él quiere. En el esfuerzo, obrará también el milagro.

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Jueves 5 de Diciembre de 2007

Ciudad y casa. Fortificación y cimientos firmes. Y, espigado en los textos, el término confianza y la idea de la coherencia.
Ambos textos se adentran en la idea de la firmeza. El hombre que se mantiene firme, el que no vacila, es el que tiene una base sólida sobre la que asienta sus pies. No resbala, no cae. ¿Quién es esa Roca firme? El Señor. O su Palabra. Dios se ha dicho totalmente al hombre en la Palabra de su Hijo. Ya lo sabemos todo de Dios, sabemos todo lo que quiere. Conocemos su voluntad. El temor sobreviene cuando no tenemos la seguridad de pisar terreno firme. O cuando oímos temblar la tierra estremecida por los elementos y no sabemos si resistirá el edificio. Dicho de otra forma, cuando hemos perdido la confianza en que aquello que queremos, se parece al plan de Dios.
Contemporizar, o coger un poco de lo de Dios y mezclarlo con su opuesto, nos pasa tan a menudo que, la mayoría de nosotros estamos en arenas movedizas gran parte del tiempo. La coherencia es el antídoto seguro. Agarrarse a la firmeza de las convicciones y actuar en consecuencia nos asegura no caer, ni derrumbarnos. Porque hay una promesa de por medio: el Él no hay temor. Y otra cosa más: la Palabra de Dios tiene virtualidad, como la semilla. Ella se convierte en lo que nos sustenta. Hay gracia de Dios en su Palabra, o don, o regalo. Agarrarse a ella en tiempos de incertidumbre, posar nuestros actos en sus certeras afirmaciones nos descansa, nos eleva, nos afirma.
La afirmación del cristiano, esto es lo que le hace firme, no es su palabra suelta, sin hilos que la sujeten a los hechos. Sin lugar a dudas, hablamos de ser coherentes, de dar testimonio. Hoy hacen falta, urgentemente, hombres y mujeres de recia fe y hechos probados. Hay mucha palabrería suelta y poca acción sujeta a ella. La reflexión que se le manda hoy a la Iglesia, al conjunto entero de los cristianos, no puede ser más clara. Tanto lo que hacemos, lo que decimos, cómo lo decimos y desde dónde, habla de nosotros. Pero sobre todo, habla por nosotros lo que se transparente en nuestras acciones. Todo un reto.

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Viernes 6 de Diciembre de 2007


A mi me llama mucho la atención en los milagros, que Jesús pida el protagonismo del que va a ser sujeto de la acción, para realizarlo. Mana de su persona un poder y, como pidiendo permiso, necesita que el que pide se ponga en el centro. Es como si quisiera desaparecer Él de la acción para dejar al hombre o a la mujer que piden delante de Dios, uno frente al Otro. Por eso es el primero, el que va delante, el que eleva la humanidad hasta la divinidad. No roza, trastoca. Quizás por eso ordena silencio el Jesús del evangelio. Puede ser porque la esperanza que tenemos nos hace mirar en otra dirección y no ver cómo actúa Dios, o porque no acertamos más que a proyectar lo que queremos que Él sea. Habrá que dejar a Dios ser Dios, y no nuestro muñeco.
Ambas lecturas, las de hoy, tienen el lazo de la ceguera. Y de la transmutación en visión por la medio de la fe. Y esta fe capacita para ver la salvación, la liberación de Dios de todas las ataduras.
Hay otra cosa. El grito de los ciegos me parece intenso, agarrado a la miseria feroz del que necesita. ¡Cuántas criaturas hoy podrían repetir ese lamento! Y hace falta tocar mucho, esto es, estar cerca para solucionar tantísimo sufrimiento acumulado en las entrañas de la humanidad. Vueltos otros Cristos, tenemos que buscar en plazas y calles la ceguera que esconde la dignidad del hombre, la falta de visión para ver en los otros hermanos y hermanas. Mirar más allá para curar las cegueras de esta sociedad, que mira mucho su ombligo redondo, mientras mueren en la indigencia miles de seres con derecho a ser.

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Sábado 8 de Diciembre de 2007: Inmaculada


Celebra hoy la Iglesia una festividad de María que la vuelve a poner en el centro de la mirada de los cristianos.
María, madre de Jesús, es el modelo del discipulado. Sigue a Jesús sin llegar a comprender del todo el objetivo y los medios de su misión. Navega en un mar de dudas sobre su equilibrio, el de su hijo. María, como las muchachas de su época, tendría un conocimiento de las Escrituras escaso, fruto de lo que podía escuchar a sus padres y a los judíos varones. Por eso la perplejidad que podría sentir ante alguna de las afirmaciones de su hijo. Pero no se asusta, las encara. Y, a veces, se pone enfrente para llamarle la atención. Aunque desde la humildad de sus ser mujer judía.
Aún así, no ceja en su seguimiento. Como madre y como oyente. Siempre atravesada del amor de la madre que ve a su hijo en un ascenso, una escalada que le va a traer complicaciones.
En el fuero interno de María, como en el de todas las judías, soñó con dar a luz al Mesías y, probablemente se preguntó si no sería él. Yo creo que lo fue deduciendo, por eso no lo abandonó, ni siquiera cuando nadie daba una mala moneda por él. María, incluso en la duda, se apostó entre los que escuchaban y, seguro, iba aceptando a ese Dios Distinto y cercano que proponía su hijo. Por eso, para mí, es el modelo de discípulo. La primera. La Iglesia naciente tampoco lo dudaba y, nos lo dicen los textos del libro de los Hechos de los Apóstoles, se reunía para orar, para seguir escuchando lo que tenía que hacer. Oyente de la Palabra, es el mejor piropo que se le puede decir. Y su Hijo era la Palabra.
En esta festividad me gustaría que los cristianos volvieran la mirada hacia la sencilla, la coherente, la que ha puesto su firmeza en Dios, la que confía. Por decirlo de forma total, la Discípula. Y, si fuera posible, la bajáramos a la realidad de la que ella no se despegó, para poder hacer presente el sueño de su Hijo.

Pedro Barranco ©2007

martes, 16 de octubre de 2007

Comentarios a las Lecturas del 15 al 20 de Octubre de 2007

Comentarios a las Lecturas del día


Lunes 15

Pudiera ser que de tanto esperar a que venga, nos distraigamos en el último momento y pase de largo. Bien podría suceder que nos acostumbráramos tanto a mirar lo conocido, que lo confundiéramos con lo esperado.
La historia de Israel, al fin y al cabo la nuestra, es la de una larga, arriesgada y tenaz espera. Pero, ¡oh casualidad!, en ocasiones se le coló entre la trama de lo desconocido. Y Dios tuvo que dar un tirón de orejas de profetas rudos y provocadores. Y a veces contra los profetas. De fracaso en fracaso no aprendió este pueblo de dura cerviz. Jonás es el paradigma del hombre convencido de que Dios se equivoca en su escritura. Su pequeña mano quiere torcer los renglones. Y Dios dale que te pego, proponiendo conversión a los de fuera.
Jesús se hace profeta de los de antes para decirle al pueblo que aprenda a mirar. Porque le puede suceder que sepa que ha llegado cuando huela el rastro aromático de haber pasado. De tanto esperar al Profeta de Dios, al Mesías, dejaron de creer que podría ser realidad y lo lanzaron al futuro siempre por llegar.
Aprender a mirar que está, que acompaña, que se presenta entre los que menos esperamos. Saborear su presencia, en medio de la realidad, sin que se nos nuble la vista con nuestras percepciones y prejuicios. Porque podrían venir de Oriente y de Occidente, y así nos quiten la alegría de haber descubierto la salvación.
Siempre se me queda colgada la pregunta: si hubiera vivido en su tiempo ¿lo habría conocido? Porque ahora, con cierta tristeza, me da rabia no encontrarlo. ¿Será que miro donde no debo? Debo confesar que me da más seguridad pensar que llegará, sí, pero esta historia mía no tiene porque estar condicionada por su presencia actual. Y así, mi mediocridad se me hace cómoda. Ese es el grito de Jesús a los de su tiempo, y a los del nuestro. Es una invitación con cierta tristeza y con mucho de enfado. ¡Aprended a mirar! ¡Salid de vuestra cómoda dorada mediocridad! Sólo así podremos encontrar la verdadera liberación.


Martes 16

Comienza aquí una larga retahíla de imprecaciones contra un colectivo muy especial: los fariseos. Me dan un poco de pena estos fariseos. Parecen testigos mudos, equivocados de tiempo y de lugar. Los fariseos se confundieron, pasados los siglos, con la totalidad de los judíos. Y así tuvieron la justificación para perseguirlos hasta la muerte. Nosotros también pudimos ser ahí testigos mudos.
Pero no va de eso la lectura. Creo yo que entre todos estos judíos, habría personas, de buen corazón, que querrían encontrar en el cumplimiento de la Ley su salvación y la de su pueblo. Incluso Jesús come con ellos. No sólo con los pecadores y los excluidos. También con los “oficialmente buenos”. No roba a nadie la posibilidad de encontrarse definitivamente con la liberación total. Y en el evangelio aparecen varias comidas con gente que quiere saber.
Entonces ¿qué pasa? ¿Por qué unos sí saben situarse frente a este mensaje y otros parece que no?
Creo que Pablo da una pista sobre esto en la lectura que corresponde al día de hoy: “Alardeando de sabios, se hicieron necios”. Parece que todos aquellos que tuvieron la posibilidad de oír el mensaje de Jesús, sintieron que ese mensaje era distinto porque ponía, blanco sobre negro, la verdad sobre la mentira. O, como en este caso, la verdad de lo que soy sobre la mentira de lo que no quiero ser. Exterioridad e interioridad son dos aspectos de la misma realidad que somos. Lo llamamos coherencia. La fuerza de Jesús residía justamente en esta identidad. Por eso se convierte en alguien incomodo. Los fariseos, que no siempre actuaban por convicción, son aquellos que dejan de lado el corazón del hombre para preocuparse, demasiado, por la letra de la Ley. No es este un pecado antiguo, enterrado con todos los fariseos. Está latente en los pliegues de todas las normas de las religiones. También entre nosotros. También entre nosotros. Y te pido hoy que hagas el mismo esfuerzo que me comprometo hacer yo. No juzgar a los otros, no encontrar la cantidad de fariseos que tengo a mi alrededor, sino prestar atención a las actitudes fariseas que me roban la paz del corazón, juzgando con lo que yo condeno: la fidelidad a mis concepciones.


Miércoles 17

Todos los judíos estaban obligados a pagar un diezmo. Era una fórmula para mantener el servicio religioso del Templo. Rito contra amor. Así nos lo presenta la Escritura. La gran diferencia en el planteamiento cristiano, frente a las otras religiones, lo constituye el hecho de que la relación hombre-Dios no es a través del Rito, sino de la relación novedosa con la humanidad.
En algunas religiones, el sacerdote (chamán, santón, etc.) es el único mediador entre Dios y el hombre. Para acceder a la esfera sagrada no tenemos necesidad de otro que nos haga de vehículo, nuestra actitud con los demás es el hecho religioso. La propuesta es la justicia y el amor, actitudes humanas que me aproximan a mis semejantes para elevarlos y llevarlos a su plenitud.

Hay ciudadanos de primera y de segunda. Se expresa en esta lectura con lo de los primeros puestos. Sin embargo, el seguimiento de Jesús nos hace iguales. Entre los discípulos parece que esta era una realidad tan evidente que, en su grupo, había hasta mujeres. Segunda característica que se enfrenta a una costumbre muy humana –y religiosa- de diferenciar entre unos y otros en función de sus cargos y no de su santidad de vida.
Parece muy lógico que rechinen las cuadernas y protestemos: ¡oye, que también me estás señalando! Pues sí, porque nosotros empezamos a dividir el mundo entre los que se parecen a mí y hacen lo que yo hago, que son los buenos; y los que hacen lo otro y se van a condenar. Y ojito porque estas actitudes se nos cuelan en las mejores intenciones y terminamos condenando a todos. Antes, debe existir esa inclinación hacia el bien de los demás- el amor- y hacia una percepción que nos iguala frente a los otros y a Dios – la justicia-. Este es el mensaje que Jesús no cesa de expresar de una u otra forma. Y hoy es necesario, como lo fue entonces.






Jueves 18

Me imagino a Jesús dirigiéndose a las gentes de su tiempo con un cierto punto de impaciencia y molestia por su incapacidad para percibir lo obvio.
No me extrañaría nada que se preguntara cómo era que no habían caído en la cuenta de lo que su propia historia señalaba. Y de su recalcitrante cabezonería que hacía de los profetas, sospechosos.
Se queja Jesús. Muchos pasajes del evangelio están llenos de un lamento que no parece cuadrarnos en él. Pero también forma parte de su lenguaje, porque él es también un profeta.
Y el profeta, en la más vieja tradición judía, propone y asevera, amenaza y anima. Tiene en su mano las riendas para soltarlas y retenerlas. Sabe de la historia, y a dónde se dirige. Por eso su impaciencia.
A Jesús le pasa lo mismo. Le dice a los teólogos de su tiempo -sobre todo a los oficiales- que anden con buen cuidado, no vaya a ser que lo que ellos dicen que Dios dice, termine siendo la causa de la negación del hombre para con Dios.
Hay una afirmación popular -curioso, también del Concilio Vaticano II- que hace culpable de la increencia a los que creen. Por la escasez de fuerza de su testimonio. También por la fuerza de una argumentación oscura, cerrada -con llaves- prohibitiva, que produce miedo. Los teólogos del tiempo de Jesús tenían argumentos retorcidos, a veces, para poder llegar a conocer a Dios y su voluntad. Lo mismo que nosotros. Y no dejamos entrar a los de fuera, ni permanecer a los de dentro. No coinciden, no están en la misma onda de teología y son sospechosos. No entran.
Un grupo compacto de interpretadores oficiales de los misterios de Dios, que se ponía por encima del vulgo, del pueblo, y los miraba con desprecio, impedía la mirada hacia Dios. Impedía la mirada de Dios. Por eso Jesús les dice, nos dice, que se pedirán cuentas por no haber franqueado el paso de todos hacia su presencia cariñosa. Dios, para Jesús, es un océano de misericordia, no un compendio teológico, aunque éste haga falta.
A partir de ahí, la persecución. No es de extrañar. Como siempre, este maestro de la Verdad, hace que todo se transparente. ¿Habremos aprendido nosotros con los siglos de experiencia? ¿O tendremos en nuestra mano una llave que no abre ni cierra?

Viernes 19


No tengáis miedo. Y eso se lo dice a un montón de personas que se agolpan hasta pisarse. ¡Qué discurso, qué palabra tuvo que tener este hombre! Hay un público, una humanidad entera por conquistar con la Palabra de la Vida. Porque era evidente que encandilaba con su mensaje. Y no era para menos.
Lo primero, esa percepción de Dios que es cercanía. Atributo divino, por cierto, olvidado por los teólogos, ¿No habría que recurrir a la analogía del lenguaje de mínimos para hablar del Dios de Jesús? Podríamos definirlo como amante, sufriente, cercano, abierto al perdón, pobre y dependiente del hombre para poder venir al mundo… Ya Celso, en los primeros momentos de la Iglesia, se indignaba con los cristianos por este discurso que hacía a Dios –el de Jesús, claro - falible, mediato y finito. O dicho mejor: que podía equivocarse, que necesitaba de los otros y que tenía un fin. Por eso el hombre no tiene nada que temer. Dios no se sienta en un trono inmenso y separado de los hombres, sino que camina con ellos, en su historia personal, los acompaña, pide de ellos su cordialidad para poder salvarlos, se humilla hasta la negación de su criatura, busca en lo recóndito de su alma para poder engrandecerlos… en fin se convierte en uno de nosotros. Por eso muere de amor, de un amor herido de humanidad, esto es, de apertura eterna para que el otro se acerque.
No temáis, porque Dios-padre-corazón de madre, abarca la totalidad de nuestra limitación para llevarnos a la inmensidad de su amor. Nada se pierde de nuestro ser en su enorme capacidad de verter cariño, cada uno de los huecos de nuestras células se verán inundados de la felicidad de sentirnos queridos. Y ningún universo de maldad podrá quebrar esa voluntad de acercarnos a su seno. Ni nuestra contumaz capacidad de querernos superior a Él o a los otros; ni el odio alimentado sobre nosotros que se vuelca en los demás; ni todo el egoísmo que destilamos en las acciones de abandono o desidia. Nada puede doblegar su deseo de acabar en Él todas las cosas y los seres.
No puede haber miedo, ya hemos sido rescatados para un amor mejor.

Sábado 20

Lo que más llama la atención en este retazo de la Palabra de Dios es que parece latir una queja ante la posibilidad del abandono de las convicciones.
Pienso que estamos en una encrucijada de la historia en la que el problema vital, dentro del cristianismo, reside en la intensidad.
Vemos cómo los jóvenes buscan vivir intensamente el momento y, sin mirar excesivamente hacia adentro, entran en una espiral de diversión que es preocupante. O cómo los adultos claudican de los grandes principios para vivir pegados a consignas, abortando toda posibilidad de triunfar en sus sueños. Vemos cómo el cristianismo se convierte en una caricatura de sí mismo quedando, por ejemplo, sólo la tela del traje de comunión como espejismo de eucaristía. También nos podemos asustar ante la desastrosa imagen de los partidos, vendiendo sólo imagen – y poder.
Relativizar todo, para poner en el mismísimo medio a Jesús. Abrir las velas de la esperanza para dejarse enviar, al soplo del Espíritu, hacia las remotas aguas del Reino Nuevo. Y no equivocarse convirtiendo los medios en fines, el riesgo en miedo, y la prudencia en negaciones parcas.
“El Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que debéis decir”. Como campaña de marketing es bien poco, pero como dicen los más grandes: “lo menos es más”. Aprender a fiarse más de quien tiene las riendas de la historia, ciertamente nos haría más libres, menos temerosos. Más confiados en la supremacía de Dios en la historia. Buena falta nos hace a todos.

domingo, 26 de agosto de 2007

Salmo 23

El Señor es mi pastor, nada me falta.
Por prados de fresca hierba me apacienta.
Hacia las aguas de reposo me conduce,
y conforta mi alma;
me guía por senderos de justicia,
en gracia de su nombre.

Aunque pase por valle tenebroso,
ningún mal temeré, porque tú vas conmigo;
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Tú preparas ante mí una mesa
frente a mis adversarios;
unges con óleo mi cabeza,
rebosante está mi copa.

Sí, dicha y gracia me acompañarán
todos los días de mi vida;
mi morada será la casa del Señor
a lo largo de los días.

Para descargartelo pulsa aquí.

SALMO DE LA MANO DE DIOS

¡Oh Señor!, Tú sostienes con tu mano
todos nuestros momentos, sin cansancio ni olvido: cada instante nos sacas de la nada,
nos haces nuevamente,
concitando las mil casualidades
que hacen que un cuerpo vivo pueda seguirlo siendo. ...Y todo, ¿para qué? Para poder seguir
gastando vida y vida inútilmente,
para dar pasos vanos,
para volvemos contra la mano que nos alza,
para, lo que es peor, olvidarte, y sentados
en tu mano creer que nos lo somos todo.
Mas Tú no te fatigas
y a tus hijos mimados sigues soplando el fuego
sin dormir ni olvidarte del más bajo,
como todos de Ti...
Yeso no solamente es a nosotros
en quienes te contemplas y quizá un dia te amen. Tú sostienes los miles de flores no miradas,
los nos, aves y árboles; las olas y los vientos.
¡Oh, cómo te desvelas atizando la lumbre
de un insecto que pudo lo mismo no haber sido! Acudes de uno en otro:
de la piedra ignorada en el fondo del agua
al gusano que roe su madera,
como si eso pudiera serie contado un día.
Pienso el viento en el mar
clamando en soledad siglos y síglos
-para dejarlo todo lo mismo que al principio ­desde el día que hablaste hasta el que calles,
¡Oh!, ¿cómo no te olvidas siquiera un solo instante, pues que nadie te mira y nada ha de quedar?
Si yo toco una piedra,
Tú me la has sostenido durante miles de años, velando cada día para que hoy estuviese.
¡ y tantas, tantas cosas,
tantos nos corriendo sin descanso,
sin pararse a tomar aliento nunca,
tantos bosques y pájaros sin cesar floreciendo
por si algún dia un hombre los mirase al pasar!
Sí; las cosas renacen de nuevo en cada instante
y ese bullir divino nos las hace ver vivas.
Vivas: o sea, alzadas
en vilo por la mano del Señor,
con temblor de su sangre.
Vivas: o sea, al borde de la muerte,
que se intuye debajo de esa mano,
si se apartara un día.
(En el fondo de vuestro corazón,
¿no teméis de las cosas
que puedan sepultarse de repente en la nada?)
y la mano de Dios también está en la muerte. Sabedlo bien: la muerte no es el olvido súbito
de la mano de Dios, por negligencia
que nos deja caer en los abismos
al quedar separados de su fuente de ser.
Eso no está en su amor.
Ved la muerte; mirad cómo Dios nos la endulza y nos lleva hacia ella de la mano,
cómo nos la prepara antes, igual que un lecho... Ni aun esos que tropiezan con una muerte fiera estaban ese instante dejados de su mano...

Va/verde, M. (362-363)

Salmo 50

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mí sacrificio es un espíritu quebrantado: Un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalen:
entonces aceptarás los sacrificios rituales.
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Salmo 12

“Líbrame, Dios mío, de estos canallas.
Ya no hay personas decentes.
Ha desaparecido todo sentido de humanidad.
Con sus palabras de propaganda, los poderosos oscurecen
nuestra mente.
Se ríen de nosotros.

De sus labios brotan bonitas palabras.
Pero sus pensamientos maquinan la opresión.
Hablan de paz y amenazan con la armas.
Hablan de tolerancia y se refieren a su poder.
Haz que se ahoguen en sus discursos,
en sus palabras bien ponderadas,
pero quieren romper nuestra entereza.
Destruye la arrogancia de su poder
y el cinismo de su dominio.

Habla, Señor:
“Por amor a los oprimidos,
por amor a los cautivos,
yo me alzaré,
yo salvaré
a los que suspiran por la liberad”


Dios mío, tú nos preservarás y nos protegerás
de los malvados y de los dictadores.
Tu serás nuestro apoyo
en medio de personas para quienes nada hay santo.
La infamia se extiende entre los hombres.
Pero tu palabra es fiel,
es luz en las tinieblas”.

* Motivos del salmo 12, LA SOMBRA DEL GALILEO (Gerd Theissen).