lunes, 30 de marzo de 2009

Comentario del 30 de Marzo a 4 de Abril de 2009

Lunes 30 de Marzo

Dicen que la única vez que sabemos que Jesús escribió algo, fue en esta ocasión. Me pregunto qué pondría en el suelo. No acierto a imaginármelo, pero fue lo suficientemente claro para que los que estaban allí entendieran algo más de su concepto de la persona y de la compasión. A lo mejor no eran más que garabatos, o listas de pecados, o de perdones…o quizás nada de eso.
Atravesamos nuestra vida de juicios y valoraciones sobre las otras personas. Miramos desde el prisma de nuestras pobres miserias y rencores, desde nuestro concepto de la justicia, del castigo o del perdón.
Una cosa me preocupa cada vez más: la verdad se encuentra tan de nuestra parte, que los demás sólo pueden estar en el error. Esa especie de endiosamiento que nos convierte en distintos y radicalmente situados en el sitial de la sabiduría.
Los contemporáneos de Jesús conocían probablemente el episodio que se nos cuenta en el libro de Daniel. No juzgaban por apariencia, en este caso. Habían visto el pecado de la mujer, y la llevaban para matarla. Al hombre ni se le cita, su castigo era menor. La mujer, desposeída de dignidad, era la que cargaba con todo el peso de la culpa. Jesús va más allá, como siempre. Se pone del lado de la persona débil y les hace caer en la cuenta de su enorme debilidad: nadie está libre de errores, de culpas, de pecados. La mirada de Dios es benevolente porque nos vuelve sobre nosotros para poder entender con misericordia los errores de los otros.
Se necesitan muchas dosis de perdón, y este sólo puede salir de un corazón reconciliado. Una persona que haya vivido en profundidad la densidad del perdón, sobre todo del que proviene de Dios, puede mirar con bondad al otro, aunque sepa reconocer el mal que ha hecho. Jesús no justifica el mal realizado por la mujer, le pide que no peque más, sino que la acoge para que pueda darse en ella el cambio, la transformación interior. Camino largo y difícil el que nos propone el maestro, pero gratificante. Al final, quien es capaz de realizar la proeza de perdonar, obra el milagro del cambio interior del otro y del suyo propio. Si fuéramos capaces de mirar así, y de sentirnos mirados así, el mundo podría ser capaz de hacer llegar el alba del nuevo mundo que todos esperamos que aparezca.
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Martes 31 de Marzo

El extraño episodio que nos relata el libro de los Números sobre la serpiente y la curación siempre me ha llamado la atención. La gran desconfianza que tiene el pueblo de Israel hace que no se crea ni lo que Dios ha ido haciendo, ni lo que es capaz de hacer ni, más aún, saben por qué lo hace. Y la mítica serpiente, asociada al mal y a Egipto, se convierte en curación y salvación. Es la contradicción del signo. Se quejan de haber estado en mejores condiciones de felicidad cuando eran esclavos. En el desierto, mirar hacia la esclavitud los hará sentirse libres, pero sólo cuando reconozcan que Dios los salva. Por eso la picadura de la serpiente no les hará ya daño, porque Dios está con ellos.
Juan nos recuerda ese pasaje, pero con una nueva consideración, o desde una nueva perspectiva: en Jesús se cumple de manera definitiva esa sanación. Cuando dice “yo soy”, está recordando el pasaje de la zarza ardiente, cuando dice que será levantado, el del libro de los Números.
En Jesús se han cumplido todas las promesas de Dios a lo largo del Antiguo Testamento, pero también en Él se ha dicho Dios a sí mismo definitivamente. Por eso no lo abandona. Ni tampoco a nosotros.
Jesús es la sanación completa y definitiva, porque es Dios mismo quien se manifiesta en Él. Y más aún, se cumplirá todo en el sacrificio al que será sometido: el escándalo de la Cruz, como diría san Pablo. Otra vez la contradicción del signo, que parece fracaso, pero que indica triunfo.
De todo esto quiero concluir que Dios nos ha regalado, en Jesús, la forma de acceder a la vida de una firma definitiva, que nos asegura el bien, la salvación, la sanación. Por puro amor suyo, por puro regalo. Precioso don. Mirar a la Cruz es quedar prendidos al regalo de Dios. Estamos señalados para Él.
Hoy es día de gozarnos de esto, de darle gracias por el don. Hoy es día de gozarnos por la posibilidad que tenemos de rehacer nuestro ser, contemplado la cruz.
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Miércoles 1 de Abril

El texto de Juan es muy severo. El enfrentamiento se va recrudeciendo porque los judíos (en realidad los dirigentes judíos, quiere decir Juan) no son capaces de reconocer a Jesús, ni verlo como un enviado del Padre.

Hay dos cosas que me llaman la atención en el texto:

1. “La verdad os hará libres”. Es una frase que sirve para una vida entera. La verdad como aquello que nos propicia vivir en autenticidad, o como la que transparenta nuestra esencia. Somos libres, sí, pero a través de un arduo proceso de búsqueda. Somos libres, pero como fin de una carrera, en la que nos vamos buscando por dentro de nosotros mismos, a ver si nos hallamos auténticos. Somos libres no como premisa, sino como conclusión. La búsqueda de la verdad como una auténtica pasión, como la carta que nos dará el triunfo. Cuando hay tanta mentira, tanta imagen que empaña la verdad, tanta propaganda que oculta, tanta mentira piadosa…la verdad como bandera.

2. “…si Dios fuera de verdad vuestro Padre”. La paternidad divina. Qué hermoso atributo dejó Dios de sí mismo. No es un invento, una energía. No es un descubrimiento filosófico frío, no es un Dios sentado en un trono distante. Dios es el Padre. Se conmueve, se inclina, se preocupa. Cambia. Esto no podía entrar en la filosofía de la época, por eso era un escándalo. Pero el Dios de Jesús quiere seguir paseando con el hombre, quiere acercarlo a Él. No con una voluntad malévola, o con el interés de condenarlo. Jesús es la expresión de este cariño y esta ternura.

Pero los judíos no entendían nada. Estaban anclados en sus verdades. Cerrados en sus conceptos. Bien podría pasarnos a nosotros. Bien podría sucedernos que anduviéramos despistados, sin reconocer a Dios como Padre, y a los hombres como hermanos. Bien podría pasar que Jesús no fuera para nosotros un rostro claro de Dios, y no anduviéramos tras sus pasos. Por eso este texto. Para que, de forma cruda, caigamos en la cuenta. No vaya a ser que digamos que ya estamos salvados por el hecho de pertenecer a un grupo. Nada de eso. La auténtica conversión pasa por reconocer Jesús como verdad, eso nos hará libres.
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Jueves 2 de Abril

“Os aseguro que quien hace caso a mi palabra no morirá”. Bueno, pues ya está. Más claro no se puede decir. Es muy fácil lo que hay que hacer…

Si nos ha faltado algo, durante demasiado tiempo quizás, es ese regusto enorme por escudriñar en los textos sagrados, en la Palabra de Dios. Nuestros hermanos protestantes nos han precedido en eso. Han ido reflexionando en común, y en distintos tipos de asambleas, círculos, reuniones, y un largo etc. sobre esto, que es de vital importancia. Y mucho antes que se convirtiera en un libro necesario de leer para los católicos, laicos o ministros. Si nos hubiéramos acercado antes a los que se nos comunica con claridad, puede que no nos hubiéramos confundido tantas veces.

Lo que nos falta es acercarnos a la Palabra, para comer de ella, y después hacerla vida. Hay mucha gente que dice que Dios no habla hoy. Pero eso es sólo una verdad para aquel que se sitúa en una premisa no creyente. Dios habla claro, y fuerte, cada vez que lo descubrimos en algún pasaje del evangelio. Se nos comunica de forma directa, porque las palabras que dice Jesús no son un conjunto de recetas, un testimonio frío de lo que pasó, sino que constituyen el modo más claro de comunicación del hombre con Dios, y esto para decirnos de Él.

En las iglesias hay dos mesas: la de la Palabra y la de la Eucaristía. Conviene comer de las dos. A eso nos invitan cuando vamos a celebrar, con los hermanos, la vida. No es un ritual con el que hay que cumplir. En él hay una donación que quiere ser vivificante. Y la Palabra, la de Jesús, resulta ser la materia que nos aporta el discernimiento para saber qué debemos hacer y cómo debemos ser.

Hay una invitación explícita en la lectura: encontrarse con Jesús es abrir el evangelio y hacerlo vida. Y estamos llamados a ser otros cristos por y para los hermanos.
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Viernes 3 de Abril

Juan, el evangelista, quiere ir construyendo su relato como si se tratara de un retablo actual, una especie de película que va tensionándose más y más hasta suceder lo inevitable. Jesús va desarrollando su misión y, a la vez, quiere ir desvelando su identidad. Y esto es lo que hace que nadie de su tiempo comprenda realmente qué está sucediendo.
Somos hijos en el Hijo. Creo que esto podría resumir lo que nos adelanta este trozo de evangelio. Jesús ha descubierto que la divinización del hombre, su elevación, no proviene más que de la donación que Dios ha hecho al hombre de su esencia más íntima.
Nosotros estamos hechos a imagen de Dios, es decir, participamos de Él. Y nos parecemos en dos aspectos que nos definen: la capacidad de amar y la libertad. Por eso Jesús nos dice que somos dioses. En Jesús hemos sido rescatados de nuestra limitación, para convertirnos en su imagen.
Esto nos trae una enorme responsabilidad, porque todos los seres humanos participamos de esa íntima realidad, somos hijos de Dios. Y esto nos puede impulsar a reconocer en los otros su altísima dignidad, su esencia, y a ayudarles a que la recuperen, si la han perdido.

Hay una cosa más. Jesús habla de las obras que dan testimonio de Él. Creer, sobre todo porque hay una realidad que respalda a Jesús: hace lo que dice. Dicho de otra forma: es coherente. Nuestro cristianismo puede adolecer de esa incapacidad de comunicar, quizás porque le falte la fuerza de las obras.

Muchos retos para una lectura, y muchos más aún para una vida. Pero merece la pena porque nos podemos encontrar hermanos. Y porque participamos de esa jovialidad divina de quien sabe que el mundo puede ser un lugar para pasearse por la tarde con Dios.
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Sábado 4 de Abril

Terminamos esta semana en la antesala de lo que estaba previsto. Todo quedaba, en el fondo, tejido de forma tal que era imposible que no sucediera de otra forma. Jesús no tiene miedo a ir desgranando su realidad íntima, su verdad, aun cuando esto pueda costarle la vida.

El pasaje que se nos presenta está en interconexión con el que se nos ha propuesto en Ezequiel, pero mientras que en éste parece triunfante, en Jesús es un término cruento.

Nada sucede de forma gratuita, o ligado a una suerte caprichosa, y menos en la vida de Jesús. Hay una orientación querida y consentida por él. Y hay una obediencia a un plan de su Padre. Jesús sabe que Dios quiere al hombre hasta el grado máximo de la fidelidad y la cordialidad. Y sabe que no siempre el amor se comprende, o se asume, o no provoca reacciones adversas. Porque el amor, en Jesús, es combativo. Se enfrenta al origen del mal, a la opresión, a la injusticia, a la destrucción de la persona…y esto no deja indiferente a nadie. Y, menos aún, a las instituciones que fomentan la muerte.

Hoy, miles de hombres y mujeres saben eso mismo. Por amor, por puro amor, se enfrentan a situaciones insostenibles. O han sido asesinados, torturados, humillados, apartados, por eso mismo. Tú puedes poner ejemplos, el martirologio cristiano está lleno de ellos. Y la vida cotidiana, también. Ahora mismo está sucediendo en muchos sitios. En el fondo, es mejor que muera uno, o unos pocos, que se caiga el entramado de injusticia que vivimos.

Todo esto lo vivirá Jesús en su carne, y como antelación. Todo esto lo podemos vivir en su pasión de forma solidaria. Y podemos también saber qué hay detrás de todo. La misericordia de Dios, su acercamiento al hombre para recuperarlo de la miseria, es nuestra propia vocación. Por eso no tememos a los que pueden matar el cuerpo.

Acompañemos al Hombre. Vivamos con Él la certeza de su verdad: el hombre ha sido creado para ser de Dios, para ser perfecto. Y hemos de tensar la historia, y el universo entero, para conseguirlo.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Semana del 21 al 27 de Diciembre de 2008

Los siguientes comentarios están publicados en Ciudad Redonda, la página de los claretianos. Os la recomiendo.


Lunes 22

Comienza esta semana, que es grande, porque nos prepara para uno de los acontecimientos importantes en la vida de fe del cristiano: el Nacimiento de Jesús, el Mesías, el Señor.
Si a alguno de nosotros nos regalaran envoltorio precioso, que intuyéramos podría ser un caramelo, y lo abriéramos y lo encontráramos vacío: ¿qué diríamos? Sin duda pensaríamos que es un chasco. La Navidad, esto es la fiesta de la natividad del Señor, puede volverse eso: un envoltorio perfecto para nada. Por eso hay que dotarla de sentido, vivirla en la plenitud de quien se sitúa en el centro de la historia, en el centro del tiempo. Esto es lo que quiere hacer Lucas a través de este recorrido que nos propone en la Liturgia de la Navidad: nos dice que hemos descubierto un eje del tiempo a través del cual gira todo el universo.
A mí me sobrecoge el cántico de María. Comúnmente se le llama con la primera palabra del texto en latín: el magníficat. Lucas lo sitúa al principio de su relato y es porque quiere que sea como una llave que abre una historia insignificante, pero que va a ser el comienzo de la Historia, la de la salvación de todos los hombres y todas las mujeres.
Lo que más impresiona es cómo dice que Dios se fija en los pobres, en los abatidos, en los sencillos. Todos los que no cuentan nada, tienen dónde apoyarse; todos los que sienten que el mundo pasa por encima de ellos como una apisonadora, tienen un refugio; todos los oprimidos de la tierra tienen un valedor. Le suma una promesa: aquellos que oprimen, los que creen que pueden, los que aplastan, tendrán que ajustarse a un juicio muy severo. Los que han abierto la puerta del dolor, del sufrimiento, de la injusticia, se encontraran de frente con Dios y les enfrentará con su propia miseria, y con la que sembraron. El texto es una bendición que se derrama, una esperanza que se yergue, una felicidad contenida que se desborda. María, una de las protagonistas del Adviento hasta la llegada de Jesús, es el cauce de ese don de Dios. Es la puerta y la llave. Precioso texto para prepararnos, precioso texto para alegrarnos: Dios se abre paso en la historia, a través de una criatura como nosotros, María, cauce de bendición.


Martes 23

Entra en escena el segundo protagonista del Adviento: Juan el Bautista. Y, lógicamente, los textos van entrelazados: la profecía de Malaquías nos dice que el que precede al Mesías habrá de ser como Elías. Es curioso cómo retrata al profeta. Coincide con Juan.
Juan pertenecía a una familia sacerdotal, pero él no va a ser sacerdote. Zacarías e Isabel no esperaban ya descendencia, pero la tienen. Parece que todo va a contramano de lo que debe suceder. Para Dios nada hay imposible. Sin embargo estos acontecimientos suceden dentro de la vida cotidiana de estos personajes que saben descubrirlo en las pequeñas cosas. Puede pasarnos a nosotros lo mismo, que Dios vaya a contracorriente en nuestra vida, que aparezca en los momentos menos oportunos, cuando ya está vencida la esperanza. Estar atentos es el mensaje.

La circuncisión era el rito de rescate del judío, la señal de pertenencia, la introducción a la comunidad israelita que le aseguraba la bendición de Yavé. En este contexto es donde recibe una doble bendición. No para él. La recibe porque será el precursor, el que va delante, el que anuncia.
La otra gran figura que abre, el preámbulo, nos advierte. Dice el texto que Dios estaba con él.
Nosotros andamos un poco en la misma situación que Juan. No somos más que anunciadores. Como esos hombres que llevan una pancarta diciendo qué se debe hacer o comprar. Juan tuvo que adivinarlo, como nosotros hemos de intuirlo en tantas ocasiones. Juan sería un icono que señalaba, que advertía. Nosotros también. Esperaba y sabía reconocer. Nosotros también. Ya a las puertas del cumplimiento de nuestro triunfo, no hay más que abrir las ventanas para que pueda entrar la claridad. Nuestra espera tiene recompensa.


Miércoles 24


Hermanitos y hermanitas:
Ciertamente que las Lecturas de preparación para la Navidad están bien engarzadas. Nos ayudan a aproximarnos con paso firme para poder descubrir. Al menos eso es lo que yo voy percibiendo. Es como si me hicieran ir cayendo en la cuenta. Una película que va resolviendo los enigmas que han ido complicando la trama.
Cuando David quiere aparecer como grandioso ante su pueblo y ante el mismísimo Dios, le quiere construir un templo, una casa. El Dios que andaba errante con Israel, que era libre y no estaba sujeto, debe someterse en un lugar. Pero Yavé está por encima y le dice a David que no se haga ilusiones. La única casa que habitará será la que quiera habitar. Y va más allá. No es bueno competir con Dios, porque siempre nos saca ventaja. Vuelve a la Promesa para decirle que su descendencia será la que alumbre una salvación, una realidad que ni el puede soñar.

Cuando Zacarías habla con este himno, nos dice que Dios cumple su promesa: que va a habitar una casa que será luz. Cumple la Promesa. Lo había dicho desde antiguo y, ahora, ha suscitado una fuerza salvadora que nos libera. Es un texto que, como todos los de Lucas, en el principio del evangelio quieren llenarnos de esperanza ante el acontecimiento que nos sobreviene: que Dios está de nuestro lado. Por eso va a suscitar un liberador, alguien de quien podemos decir: es mi Señor. Es el Señor.
La imagen final es como una traca que nos hace exclamar de admiración: es el sol que nace de lo alto, la luz definitiva, la que no está intimidad por la noche. Así se nos presentará esta misma noche, una luz inextinguible en medio de la oscuridad. La vida de Jesús sucede en medio de estas dos luces: en su nacimiento y en su resurrección. Los cristianos tenemos el tesoro mejor: vivimos en la esperanza de la luz. O, dicho de otro modo, todo lo que representa la tiniebla: l mal, el sinsentido, la angustia, la muerte, la desgracia, la pena…no van a poder resistir la embestida humilde de la esperanza y del bien. Y esta es una Promesa que, como siempre, suele cumplir el buen Dios.

Jueves 25

Hoy día 25 de Diciembre tiene la liturgia diversas posibilidades de elección de lecturas. Yo quiero fijarme en las propias del día, esto es en las del profeta Isaías, la de la carta a los hebreos y, por último, la introducción del evangelio de Juan.
La explosión que vive hoy la Iglesia universal es, sin duda alguna, la de la mayor alegría que pueda plantearse entre el cielo y la tierra. Esta alborada ha inaugurado un puente que une, de forma definitiva, el cielo con la tierra. Podemos decir que se han roto todas las fracturas que existían entre Dios y el hombre, que todas las escalas se hacen innecesarias, que no hay más que una única realidad.
Dios ha bajado, ha asumido de forma absoluta la humanidad, para poder subirla después, esto es ascenderla hasta divinizarla. La Palabra, el Verbo, se ha dicho al hombre. Y se ha dicho, de tal forma, que no necesita posible traductor porque es Dios mismo quien sale de sí, y se convierte en mensajero y mensaje, en remitente y en envío.
Como dice Isaías, ya podemos ver cara a cara a Dios. No es una idea, sino un rostro humano que ha podido acariciarse, acunarse y mecerse. Dios no es una cosa oculta a los ojos de los hombres, sino que se puede acompañar, seguir o abandonar.
Pero ¿qué victoria es esa de la que habla el profeta? Podemos mirar a nuestro alrededor y no atisbar ningún signo de esperanza. Pero el mensaje se ha anunciado esta noche, diciéndonos que viene en la pobreza y en la carne, en la humildad y de forma sencilla. Dios no se abre paso en la historia a golpe de fuerza, de imposición, de dominio, de forma que no podamos elegir. Lo hace llamando a la puerta de cada uno de nosotros, como aquel famoso verso de Lope:
“¡Alma, asómate agora a la ventana,
Verás con cuánto amor llamar porfía! ”

Nada impide que lo neguemos, como nos indica Juan: “vino a su casa, y los suyos no le reconocieron”. Porque este Dios que conocemos en Jesús ha roto todos los parámetros y nos sigue sorprendiendo siempre.
Mira, por tanto, debajo de cada cosa, porque se hace el encontradizo.
Permitidme que termine este ratito con unos versillos, quieren recordar esta enorme humildad de la que se ciñe el Niño:

Nace un niño,
en vaho de burro ceñido;
alumbra al cielo el tamo,
se hace luz la noche;
pesebre que fuerza la bruma
y ahoga estrellas sin brillo.
Nace el Niño,
de inocencias vestido,
con el acampan
liberación y alegría
Abre la historia a Dios
su sólida confusión de sueños
convirtiendo el pesebre
en radiante luminaria.
Nace el Niño,
y su llanto es más alegría
que un firmamento de risas,
inaugura a Dios en esta tierra
y tiembla el miedo para siempre.
Nace el Niño.


Viernes 26

Parece como un jarro de agua fría. Ayer celebrábamos la renovación de una esperanza, sin embargo hoy vemos a dónde puede conducir esta esperanza.
Por un lado Esteban, el protomártir. Por otro lado la aseveración que nos hace Jesús sobre la realidad que puede, y debe, provocar su seguimiento.

El relato de Esteban tiene muchos parecidos con el de la muerte de Jesús, y no es para menos. Podríamos decir que todos los mártires están asociados, de alguna forma, a aquella muerte silenciosa del Gólgota. Jesús va a dejar un reguero de seguidores que lo van a acompañar hasta la muerte, por eso son idénticos a él.

En el evangelio de Mateo se nos advierte de lo malo que sería que la gente nos vieran anodinos, insulsos, conformistas, mediocres, mimetizados con el medio. El evangelio de Jesús es combativo, no deja indiferente. La irrupción de Dios en la historia humana la diviniza, y por ello provoca tensión, dinamismo y oposición. Nadie queda a salvo de esa realidad. No contemporizamos con el mal, ni con la injusticia, ni con la desigualdad, ni con la opresión, ni con nada que haga del hombre una criatura infeliz. Jesús no lo hizo, y nos pide lo mismo a nosotros. Estamos llamados a ser luz, y la oscuridad puede oponerse.
Hay algo que debe quedar claro. La oposición por aquello en lo que nosotros debemos reflejar del reinado de Dios, no a nuestros métodos, o a lo que podemos hacer de mal, o dejar de hacer de bien. No hay que utilizar la persecución como un escudo protector de nuestros defectos o nuestras formas. La persecución, de la que habla Jesús, ha de ser por el bien que hacemos.
La solución viene al final, la perseverancia, la constancia, darán su fruto.
Vivimos momentos delicados en la sociedad. Pero es algo que sucede en cada momento histórico. Llevar con garbo, con sentido evangélico la posible dificultad nos crece, porque nos lleva a ser otros Cristos. Por eso, aunque parezca un jarro de agua fría, estas lecturas nos ubican correctamente. Jesús es nuestro Señor, por eso no hay temor.


Sábado 27

¡Qué emocionante hubo de ser aquello que vivieron los primeros! Tuvieron que reelaborar todo lo que sabían y vivían a la luz del acontecimiento de la Resurrección. Jesús es alguien para nosotros porque ellos experimentaron que estaba vivo. Y por eso, su nacimiento, se convierte en significativo para nosotros.
Creo que de eso se trata. Ser signos. Que toda nuestra forma de ser, de pensar, de movernos por la vida se encuentren amparadas por la responsabilidad que tenemos de ser significativos.
Bueno, en el evangelio se utilizan otras palabras: ser luz, ser testigos, anunciar, etc. Vale todas y las que hoy quieran decir lo mismo.
Todo aquello de lo que nosotros somos testigos se convierte en la luz. Es la luz. El nacimiento de Jesús sucede en medio de las tinieblas. La resurrección de Jesús sucede en la noche y la ahuyenta. La vida de Jesús es una luz que va echando todo vestigio de mal y de tinieblas.
De eso somos testigos. De eso estamos viviendo para que demos vida.
Por eso se aunan en, en esta semana, los dos acontecimientos. El nacimiento y la resurrección son irrupción de Dios en la historia para convertirla en Historia. Nuestra forma de percibir a Dios, de pensarlo, de vivirlo, va mucho más allá. No lo ve distinto, sino solidario y cercano. La transcendencia se vuelve inmanencia. El cielo se vuelca sobre la tierra porque se abre una brecha de luz por la que podemos ascender para hacernos iguales al Hijo. Dios ha roto toda ruptura.
Por eso me glorío en ser cristiano, porque me da alegría poder ver que mi Dios y mi Señor me acerca sin quemarme, y me eleva sin destruirme.

Podéis pinchar en este enlace para verlas:
http://www.ciudadredonda.org/subsecc_mb.php?scd=3&sscd=14&nuevo_mes=12&nuevo_ano=2008&dia=22

martes, 20 de mayo de 2008

Lunes 19 de Mayo de 2008



Queridos hermanitos y hermanitas:
No dejan de sorprenderme estas acciones de Jesús. Marcos es un narrador muy parco en palabras. No quiere que nos distraigamos con elementos del relato que no considera importantes. Sobriamente, yendo al grano, nos permite acercarnos a un episodio muy claro con respecto a la fe, la oración y el ayuno. Es como si todo el relato estuviera construido en forma de flecha, que se va aguzando hasta conducirnos al final.
Jesús se lamenta de la incapacidad de los suyos, y de los de su tiempo – “esta generación”, los llama- para ir más allá. No creen y parecen incapaces de creer. Pero hay uno que se acerca. “Si puedes…ayúdanos”. La respuesta de Jesús es tajante: para aquel que cree todo es posible. La fe es una apuesta de sentido, una conclusión de la razón y una afirmación de la voluntad que se inclina a dejarse descansar en el misterio de Dios. La fe afirma con rotundidad. Sabe, en definitiva. No desconoce la realidad, sino que la dota de una orientación. Y sabe que triunfa siempre, porque el hilo conductor de la historia lleva a la salvación, a la liberación. Dios es, y sabemos de su bondad. Y por eso puede trastocar toda la realidad convirtiéndola en don, en energía, en bondad.
Los discípulos no pudieron, como hoy nosotros, batallar con ese demonio. Y se desilusionan, o se enfadan, o se sorprenden. No se puede guerrear contra el mal si uno no está revestido con la coraza de la fe y sus armas: la oración y el ayuno. Dicho de otra forma, en un esfuerzo de íntima unión con el Buen Padre Dios.
A nadie se le oculta que hoy hay muchísimos frentes abiertos donde convendría hacer milagros, y donde no suceden…La Palabra a veces es una espada de doble filo que atraviesa hasta el tuétano, poniendo de manifiesto nuestra ausencia de fe, de confianza. ¡Auméntanos la fe! Es un grito de confianza también. El que podemos lanzar en la seguridad de que Él sí que obrará en nosotros ese milagro, para que podamos colaborar en su obra. Eso le pedimos.
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Martes 20 de Mayo de 2008

Mis hermanitas y hermanitos:
Aunque no veo los rostros de los que se pueden acercar al comentario, al mío o al de los otros hermanos y hermanas que lo hacen, adivino que nos mueve un interés común por encima de todo: encontrarnos con Él, beber de su interior para poder llegar a ser totalmente de Él. Muchas veces podemos no entender, no saber. ¿Cómo interpretar este u otro acontecimiento? ¿Dónde está la voluntad de Dios? Nos pasa como a los discípulos. No entendemos y no nos atrevemos a preguntarle. Quizás porque sabemos que nos puede contestar y, que la respuesta, puede llevarnos a donde no queremos o no sabemos.
El Mensaje de Jesús, y su seguimiento, nos sitúan en una órbita de enfrentamiento con los valores contrapuestos a los del Reino, que nos puede llevar a un sufrimiento, a una pasión dolorosa. Podemos temer esto. Jesús nos asegura el triunfo, la resurrección. Pero nosotros queremos seguridades, saber que no va a haber fracaso. Por eso nos podemos enredar en las estructuras de poder.
¡Anda que no está claro! Servir, esa es nuestra tarea. Abajarse, no buscar prebendas, privilegios, reconocimientos, puestos de honor, títulos. No querer más que el bien de los otros. Hacerse último y servidor es darle la vuelta a esta tortilla del mundo y saber que somos un sustento del mismo. Y, por si fuera poco, Jesús coge al un niño y lo pone como ejemplo de la centralidad de los que no cuentan en medio del grupo de los discípulos.
A mí me llena de orgullo que muchísimos cristianos hayan entendido esto a la perfección y hagan de su vida, servicio; de su tiempo, descanso para los otros; de sus valores, ayuda constante. Claro que nos queda todavía mucho, porque los medios, a veces, nos traicionan. No hemos terminado de poner al niño, la humildad, en el centro. Pero en eso estamos.

Jesús, hermanito nuestro: ¡danos la fuerza que nace de ti para poder parecernos a ti!

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Miércoles 21 de Mayo de 2008


Hermanitos y hermanitas:
Me gusta esta expresión de Carlos de Foucauld. Así se conocen los que asumieron, después de morir, su estela: hermanitos de Jesús. El estuvo presente en medio de no creyentes, no dejó seguidores y fue un incomprendido de su tiempo. Pero quería que todos aquellos que anduvieran tras los pasos del Maestro de Nazaret, se reconocieran como hermanitos. Creía que la presencia podría obrar el milagro. No forzó, propuso. Puede que esta Palabra que tenemos hoy tenga mucho que ver con esto.
Indudablemente en el mundo hay miles de hombres y mujeres que siguen al Maestro, y que ponen en medio de sus vidas el amor como centro de su actuar. Tenemos la tentación, como los discípulos, de hacer una división entre los que están en un bando o en otro. Es la soberbia de quien cree que tiene la verdad absoluta, conoce los planes de Dios a la perfección y sabe interpretarlos. Así nos luce el pelo. La túnica de Jesús está rota porque hemos ido tirando de ella, hacia un lado o hacia otro. Todos creemos que nuestro grupo, nuestro proceso, nuestra congregación, asociación, camino o lo que sea, es el que está en la verdad. Machado diría. “¿La verdad? No, tu verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.”
Falta humildad que, la verdad, no es un valor muy cotizado. “Si quieres conocer a fulanito, dale un carguito”, dice el refranero popular. Porque intentará imponer, a costa de lo que sea, su criterio. En Jesús todos estamos llamados a construir una humanidad plena. Nosotros colaboramos, y todos pueden colaborar si lo hacen para que el hombre y la mujer vivan en dignidad, en libertad, en fraternidad. Habrá que unir, más que dividir. La túnica de Jesús se reparará a través de una humanidad aunada en el amor, en el que todos nos reconozcamos como hermanitos.
Un abrazo en el Cristo que nos hace uno.
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Jueves 22 de Mayo de 2008


Queridos hermanitos y hermanitas:
Es un trago duro el de la Carta de Santiago. Son palabras que hablan de forma directa y sin paliativos. Entendió el mensaje de Jesús y trata de bajar a formulaciones concretas. Y es que la riqueza, que Jesús llega a asemejar al Maligno, a lo diabólico, sustenta, en demasiadas ocasiones, desigualdades, injusticias y egoísmos. Esto se puede decir hoy también. Hay trabajos en precario, contratos de hambre y miseria en nuestro primer mundo y, por supuesto, en los países en vías de desarrollo. Salarios de injusticia que claman a Dios porque hacen acumular riqueza a unos, y pobreza a otros.
Nuestro primer mundo, rico y opulento, hace dietas y ayunos de adelgazamiento. El tercer y cuarto mundo, busca solventar su dieta de hambre. Y no puede. Esto clama contra nosotros. ¿Se dice para nosotros, también, que hemos engordado para el día de la matanza? Espero la misericordia de Dios, porque si me pone delante de los ojos, en el día del juicio, tanta criatura que suspira por algo que llevarse a la boca, no sé si voy a poder decir nada en mi defensa.
Frente a esto, y no como engaño de la obligación de conciencia que tenemos, Jesús propone gestos pequeños que busquen equilibrar tanto desastre. No es que proponga sólo un mensaje que tiene una fuerte incidencia social, pero desde luego que está en su meollo generar nuevas formas de relaciones entre los hombres. Y naturalmente desde la perspectiva de Dios Padre. Porque si no estaremos incurriendo en escándalo. Eso es ser sal y tener sal. Y así vendrá la paz. La que todos deseamos, que no es la de la inacción o la quietud, sino que brota de la justicia.
¡Danos, Padre Bueno, capacidad e inteligencia para transformar la realidad según tu quieres, para que el mundo sea cada vez más aquello que tu soñaste para nosotros!

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Viernes 23 de Mayo de 2008



Hermanitas y hermanitos:
Hay un transfondo, al menos así lo veo yo, en las dos lecturas que se nos proponen: la firmeza en la palabra. O, podemos decir: la coherencia.
En el caso de la carta de Santiago, nos asegura que no es necesario jurar, entre los cristianos. Vale la palabra dada. Asegura que quien habla, debe hacerlo desde la veracidad y la honestidad. Hoy, cuando la palabra no vale nada, cuando parece que mentir no cuesta, cuando todo es mera apariencia, vendría bien mostrar esta disponibilidad a la verdad como herramienta y costumbre.
En el evangelio, creo que tiene dos posibles interpretaciones. Por un lado la propuesta de Jesús era enormemente contracultural. La mujer tenía un acceso muy problemático al repudio. Siempre era al contrario. El varón predominaba en las relaciones y la mujer estaba sometida. Jesús dice que ambos son iguales: una sola carne. Por eso, aquello que está unido según Dios, no puede estar al arbitrio caprichoso de una de las partes, o de las dos. A ambos se les está diciendo que las relaciones establecidas teniendo el amor como vínculo, son para siempre. En el fondo el amor tiene una componente de eternidad, no acaba. Y el varón no tiene potestad para utilizar a la mujer como un objeto que satisfaga sus necesidades.
Decir sí, desde el amor, es una auténtica aventura que empieza cuando se atestigua. Y ese testimonio de la palabra dada debe estar bien fundamentado.
La gran corriente social que hace de las uniones, algo fungible, es decir, que acaba cuando se acaba la pasión, es entrar en la sociedad de consumo. Se consumen cosas y personas, relaciones y camas.
Jesús no quiere que el hombre sea objeto para nadie ni ante nadie. Tiene dignidad propia, que no depende de otro para poder afirmarse. Y eso vale para todas las relaciones.
Un fuerte abrazo en Jesús resucitado.
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Sábado 24 de Mayo de 2008

Queridos hermanitos y hermanitas:

Empezamos la semana con una profunda incomprensión de los discípulos con respecto al mensaje de Jesús. Y terminamos en lo mismo. Me parece de una enorme honestidad que los evangelios no oculten que los seguidores del Maestro no entendieran y, en no pocas ocasiones, se opusieran a lo que les proponía Jesús. Y es que Él anda rompiendo todas las normas de su tiempo. Era incómodo. Y sus discípulos lo sabían, pero a veces no llegaban a tanta novedad. Romper todas las líneas que separaban y dividían el mundo judío para hacerles entender que Dios no hace distinciones, resultaba algo muy complejo. Jesús es, en este sentido un profeta.
Pero no sólo habla de parte de Dios, sino que actúa. Ejerce el poder evidente de su convicción. Por eso va tensando tanto la situación, y en primer lugar con los suyos. Los primeros vuelven a ser los últimos.
Además de esto, Jesús aparece con una enorme cercanía y humanidad: abraza a los niños, los acaricia, los pone en el centro, le dice a sus discípulos que les dejen acercarse…Frente a un mundo de adultos y un Dios severo, el Reino habla de relaciones de cercanía, que empiezan en el trato con los otros, y terminan en el trato con Dios.
¿Qué querrá decir “hacerse como niños”? Algunos han creída ver la inocencia, otros la ultimidad, hay quien habla de la marginación. Creo que valen todas las respuestas porque, en el fondo, el evangelio está dicho para que resuene de forma nueva y personal en cada uno de nosotros. Sin embargo, me llama la atención este cuidado de Jesús con respecto a los que no cuentan. Creo que el acercarse de Dios va primero a los últimos. Nosotros hemos de aprender de esto y, por consecuencia, transformar la realidad para que todo pueda ser así.
Pedro Barranco
pedrobarranco@hotmail.com

viernes, 11 de abril de 2008

Te quiero cantar en esta noche sin oscuridad
el más bello de los sones,
quiero librar una batalla con todos los sonidos
y escoger los mejores
para hablarle a todos de este triunfo, de esta dicha.
Te cantan hasta las piedras,
te anuncian todas las luces,
te llaman todos los hombres y los ángeles
para poder ofrecer esta liturgia de felicidad.

Hoy, en una historia mil veces repetida, hemos gustado de la liberación:
la de Israel, pueblo de dura cerviz, que no conocía el descanso en sus errores y en sus aciertos; pero al que Dios se acercó con alma de compañía y se hizo historia con él. Hizo oxidar sus cadenas con el agua del Mar Rojo trocándolas en liberación. Y su pueblo fue testigo.

La de aquellos que vieron romperse la roca por la fuerza de la resurrección, que buscaron en el hueco y no encontraron. Te vieron vivo, y bien vivo, venir de frente. Con el alba nueva diste sepultura al miedo, a la muerte y sembraste en el seno de su historia, nuestra historia, la posibilidad de retornar a Dios todas las cosas. Más aún, al hombre todo. Fueron testigos, los primeros, engendraron la esperanza, vieron parirse el mundo de nuevo, nos legaron la vida, se desgastaron y prendieron fuego de victoria en el rotor del mundo. Ellos fueron testigos privilegiados del dominio del bien sobre el mal.


Esta es la noche santa, la que hace de gozne del bien, la que resume en una luz todas las esperanzas, las ilusiones y las alegrías. Esta es la noche primigenia, abre el vientre de piedra y mana agua que salta, cantarina, haciendo de puente, de rocío hasta el más allá de la muerte. Por atardecer el mundo de testigos, envío al Hijo, humanizó su realidad y convirtió el crepúsculo en amanecida.

Escuchad todos su amor, que quema, dilata, expande, perdona y rehace. Escuchad la Palabra definitiva de un Dios de las cosas sencillas que muere, dejando un rastro de donación mal contenida. Miradle y contempladle en la luz de los ojos que han visto la Luz. Sed testigos en la historia del rumor que abre nuevas expectativas, nuevos horizontes. “Bendita la culpa que mereció tal Salvador” Benditos nosotros que hemos recibido la fuerza, que hemos oído el susurro, que conocemos la huella. Benditos nosotros porque nuestra madre, la Iglesia, nos ha dejado, sin mancha ni merma, el mismo mensaje que vieron los primeros.

¡El pecado ha sido vencido!¡La muerte huye en derrota! Nadie puede colmar más un vaso de libertad; nadie puede buscar ya más un refuerzo de confianza, nadie puede vivir ya de espaldas a la verdad. Hemos nacido de nuevo. Hemos sido renacidos por la fuerza del testimonio de amor de un Cristo eternamente vivo y rebosante de plenitud.


No hay miedo. Ya no puede vivir cobijado en nuestras miserias. Somos hijos de la Luz, somos herederos del infinito, somos ciudadanos de las estrellas. Estamos pertrechados para arrancar las tinieblas con un fuego que no se apaga. Somos el Nuevo Pueblo que marcha, liberado al fin, hacia un Orbe nuevo y distinto. Estamos unidos, por la fuerza de la Sangre, a todos los que ama Dios, a todos los hombres y mujeres de todas las historias posibles. Nuestro nudo es más fuerte que la muerte. Hermanos, al fin, que esperan ver ardiendo, hasta la Nueva Aurora, a este Cirio.
Jesús, el Cristo, Ungido para la Vida, brilla para todos nosotros, para la Humanidad completa y no se extingue. Y nosotros somos testigos. Dichosos testigos. Así sea.



PEDRO BARRANCO

viernes, 25 de enero de 2008

Homilía del P. General Adolfo Nicolás - misa en la Iglesia del Gesù, 20-01.08

Por el interés que suscita esta información, a continuación os ofrecemos la Homilia de Adolfo Nicolás, General de los Jesuitas, recientemente elegido.
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Ante todo quisiera decir que este no es un mensaje para el mundo. Es una simple homilía. Una reflexión en oración sobre las lecturas de hoy para los jesuitas que estamos aquí.
La primera lectura de Isaías creo que nos da a todos nosotros, cristianos, un poco la visión de cuál es nuestra misión en el mundo. Isaías nos dice que todos hemos sido llamados a ser servidores, que estamos aquí para servir. Es un claro mensaje sobre cuál es nuestra misión como jesuitas, como cristianos, como pueblo de Dios. Dios nos hace servidores. En esto el Señor encuentra satisfacción. La traducción española que se ha leído dice que Dios está orgulloso del Siervo. La traducción italiana dice que Dios “tiene satisfacción”. Creo que esta última sea más cercana a lo que la Biblia quiere decir. Más nos hacemos servidores, tanto más le agrada al Señor. Creo que esta es una imagen que debemos llevarnos con nosotros hoy.
Los periódicos, las revistas están jugando estos días con el “cliché”: Que si el Papa negro, el Papa blanco, poder, encuentros, discusiones… Pero todo estos es tán superficial, tan irreal! Esto no es más que un poco de alimento para los que aman la política, pero no para nosotros.
Isaías nos dice: Servir agrada al Señor. Servir es lo que cuenta: Servir a la Iglesia, servir al mundo, servir a los hombres, servir al Evangelio. También San Ignacio nos ha dicho a modo de resumen sobre nuestra vida: En todo amar y servir. Y nuestro Papa, el Santo Padre Benedicto XVI nos ha dicho que Dios es amor. Nos ha recordado la esencia del Evangelio.
Después Isaías nos dice cuál es la fuerza del servidor. La fuerza del servidor es solamente Dios. Nosotros no tenemos otra fuerza. Ni las fuerzas externas de la política, de los negocios, de los medios de comunicación, ni la fuerza interna de la investigación, del estudio, de los títulos. Solamente Dios. Como los pobres. Hace poco conversaba con uno de vosotros, sobre algo que me sucedió en un etiempo en que trabajaba con emigrantes. Una experiencia que me impresionó hondamente. A una Filipina que había tenido muchas dificultades para integrarse en la sociedad japonesa, que había sufrido muchísimo, se le acercó otra filipina pidiéndole consejo: -Tengo dificultades con mi marido, y no sé si divorciarme, si continuar… Le pedía consejo sobre estos problemas bastante habituales. La primera le respondió: -No se que decirte ahora mismo. Pero ven conmigo a la Iglesia y recemos, porque para nosotros los pobres, solamente Dios nos ayuda-. Esto me impresionó mucho, porque es muy verdadero. Para los pobres, solamente Dios es la fuerza. Para nosotros sólo Dios es la fuerza. Para el servicio desinteresado sin condiciones sólo Dios es la fuerza.
Después continúa el Profeta hablándonos de salud. Nuestro mensaje es un mensaje de salud, de salvación. Indica más adelante el punto que me ha impresionado más: Nuestro Dios, nuestra fe, nuestro mensaje, nuestra salud, son tan grandes que no se pueden encerrar en un recipiente, en un grupo, en una comunidad, aunque sea una comunidad religiosa. Se trata de noticias de salvación para todas las naciones. Es un mensaje universal porque el mismo mensaje es enorme. Un mensaje que de por sí es irreductible.
Hoy estamos aquí todas las naciones representadas. Todos, todo el mundo está aquí representado. Sin embargo las naciones continúan aún más a abrirse. Pienso yo hoy, para mí cuales son ahora las “naciones”. En efecto, aquí estamos todas las naciones geográficas, pero quizá existen otras naciones, otras comunidades no geográficas, sino humanas que reclaman nuestra asistencia: Los pobres, los marginalizados, los excluidos. En este mundo globalizado aumenta el número de los que son excluidos por todos. De los que son disminuidos, porque en la sociedad sólo tienen cabida los grandes, no los pequeños. Todos los desaventajados, los manipulados, todos estos, son quizá para nosotros estas “naciones”: Las naciones que tienen necesidad del profeta, del mensaje de Dios.
Ayer después de la elección, después del primer schock, llegó el momento de la ayuda fraterna. Todos vosotros me habéis dado un saludo muy generoso, ofreciendo vuestro apoyo y ayuda. Uno de vosotros me ha dicho en un susurro: -¡No te olvides de los pobres!-. Quizá este es el saludo más importante, como cuando Pablo se dirige a las Iglesias más ricas pidiendo para los pobres de Jerusalén. No te olvides de los pobres: Estos son nuestras “naciones”. Esta son las naciones para las que la salvación es todavía un sueño, un deseo. Quizá está ya entre ellas, pero no la perciben.
Y los otros? Los otros son nuestros colaboradores, si participan de la misma perspectiva, que tienen el mismo corazón que Cristo nos ha dado. Y si ellos tienen un corazón todavía más grande, y una visión todavía más grande, entonces somos nosotros los colaboradores suyos. Porque lo que cuenta es la salud, la salvación, la alegría de los pobres. Lo que cuenta, lo que es real es la esperanza, la salvación, la salud. Y nosotros queremos que esta salvación, que esta salud se extienda como una explosión de salvación. Así habla Isaías: Que sea una salvación que a todos alcance. Una salvación según el corazón de Dios, de su voluntad, de su Espíritu.
Nosotros continuamos nuestra Congregación general. Quizá este es el punto que debemos discernir. En este momento de nuestra historia donde debemos poner nuestra atención, nuestro servicio, nuestras energías. O con otras palabras, cuál es el color, el tono, la figura de la salvación hoy para tantos y tantos que tienen de ella necesidad, para tantas “naciones” humanas, no geográficas que todavía reclaman salud. Son muchos los que esperan en una salvación que todavía no hemos comprendido. Abrirse a esta realidad es el desafío, la llamada de este momento.
Así, y con esto vamos al Evangelio de hoy, es como nosotros podemos ser verdaderos discípulos del Cordero de Dios, Aquel que quita nuestros pecados y nos conduce a un mundo nuevo. Y Él, el Cordero de Dios, se ha presentado a sí mismo como Servidor, el que lleva a cumplimiento la doctrina de Isaías, el mensaje de los Profetas. Su identidad de Servidor será el signo, la marca de nuestra propia misión, de la llamada a la que tratamos de responder en estos días.
Oramos todos juntos por este sentido de Misión de la Iglesia, para que sea a favor de las “naciones”, no de nosotros mismos. Las “naciones” que todavía están lejos, no geográficamente, sino humanamente, existencialmente. Para qué la alegría, la esperanza que viene del Evangelio sea una realidad con la que nosotros podamos colaborar un poco. Haciéndolo con mucho amor, y con un servicio desinteresado

jueves, 29 de noviembre de 2007

Comentarios a las Lecturas del 3 al 8 de Diciembre



Comentarios a la Lectura del lunes 3 de Diciembre de 2007


Durante todo este tiempo de Adviento nos vamos a encontrar con un profeta que, como el despertar con estrépito, nos sobresalta y alerta. Isaías, el soñador, el hombre capacitado para ver lejos, ardiente ancla de la esperanza.
El adviento anuncia al Mesías como el brote dibuja un tallo, o un fruto. La incontinencia del tiempo hará temblar el futuro, pero se adivina, se yergue como promesa. Tal que así este tiempo. Asciende hacia la Encarnación como camino y posada. Reposo necesario y proyecto, así andamos en la vida. Huérfanos de sueños, la Iglesia nos propone no olvidar que Dios es la aspiración sublime de quien se sabe especialmente elegido para la felicidad.
Sión, o Jerusalén, o la Iglesia, o la humanidad es el sueño de Dios. El también sueña para nosotros, no sin nosotros. Se sueña refugio, cobijo, tienda o rescoldo y llama. No para El, sino para su criatura. Es un vuelco constante hacia la debilidad humana. Él, tan grande, se abaja con ternura, sin romper la coraza que nos hace distintos. Nos lleva.
Una propuesta, como siempre para poder ser mejores. No está mal. Pero, sobre todo, para dejarse amar. ¡Ah, si supiéramos! Si dejáramos que nos roce la caricia que concitamos…podríamos ser distintos y las estrellas serían nuestras hermanas ¡tan alto haríamos llegado!

Así este hombre. Un centurión, esto es, un romano odiado por los judíos -que ven con impotencia cómo la fuerza del ejército y de la civilización pisotea su pueblo, su tierra- se acerca a Jesús y pide. El sabe de órdenes, de leyes, de obediencias. Por eso sabe que quien pide a quien puede, podrá recibir lo que quiere. Los de fuera nos adelantarán, llegarán antes que nosotros porque adivinan que hay más verdad en quien da que en quien señala. Y nosotros señalamos mal. No creemos en un Dios que puede salvar. Creemos en el mito del “hombre hecho a sí mismo”, en ausencia de la caricia divina. Así nos va, así perdemos el tiempo manchando de cosas por hacer lo que debíamos salvar: el encuentro.
A ese vamos en Adviento. Tiempo de conversión, sí. Pero del corazón que ha de volverse al Amado, para dejarse restañar las heridas y comenzar de nuevo, en la esperanza de que vamos a ver la Historia en clave de triunfo, de gloria, de hombre redimido y dignificado.
A eso me invito, y a ti, hermanito o hermanita, que te asomas a este tiempo cíclico y repetitivo. No mires más que adelante, para poder ver la salvación que se nos anuncia. Nos han comprado con alto precio, sabemos y gustamos ya del triunfo. Déjate amar, llegarás antes.

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Martes 4 de Diciembre de 2004


Podemos escuchar, casi, la bota asiria que golpeaba rítmicamente anunciando la sangría de una conquista sin parangón en la historia. Israel, siempre bajo otras potencias, siempre teniendo que afirmar su monoteísmo en medio de la risa de los conquistadores. Israel, siempre teniendo que doblar la testuz por la violencia del opresor; y el pueblo y sus reyes encandilados, las más de las veces, por la lanza y el escudo del fuerte. Y por sus dioses, quizás más poderosos. En medio de esto, el profeta. Aquel que escucha la voz susurrante de un triunfo mayor. Isaias sostiene la esperanza, y también la fe. Mucho más potentemente donde anida un miedo a ser menos, a ser un grupo perdido en la nada del gran imperio Asirio. Vendrá la paz, dice. Desde donde no se sabe ni se espera. Y hasta donde ni se pueda imaginar. Atravesará toda la fibra de la creación para retornarla al paraíso, al edén.
Junto a este texto, bellísimo, el del Profeta de los sencillos. Vendrá la salvación desde las orillas de la humanidad. Se abrirá paso entre el pueblo despreciado del la tierra y ocupará el sitial de Dios mismo. Los sencillos, los que no visten su saber con orlas de desprecio, ni miradas de soslayo. Los sencillos, los que se acercan a pedir que les ofrezcan más de lo que son y se unen para llegar más lejos de lo que pueden; los que no tienen miedo de sí mismos y su pobreza; los que reposan su esfuerzo en el tesón, y en la ternura de Dios.
Y, como de paso, una bendición. Pero no para nosotros, que se convierte en lamento. Sí, ¡quién lo hubiera visto! Me gustaría ser aquel bajito Zaqueo, o el rácano de Mateo, o María la prostituta, para poder tocarlo y sentir su cercanía, que era la del Buen Dios. No se me concede más que adivinarlo entre las cosas y las personas. Una intuición sostenida en la esperanza de entreverlo más allá de estos ojos míos. Con una seguridad, si cabe: en la limpieza y la sencillez se me aparecerá con la claridad de la mañana.
Los sencillos, esos son los que saben verlo ahora.

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Miércoles 5 de Diciembre de 2007


Este texto evangélico tiene dos personajes referentes: por un lado Juan, el Bautista; por otro Isaías. Ambos trataron de adivinar cómo sería la liberación que esperaban. Y supieron dibujarla con trazos gruesos de misericordia. Donde había limitación, miseria, exclusión; donde reinaba la oscuridad y el paisaje era yermo y muerto, allí aparecería la salvación. No era extraño que quien se acercaba al grupo de los doce pudiera reconocer la pintura del mejor profeta de Israel, en aquel grupo compacto reunido entorno a la esperanza. Una esperanza que liberaba del yugo del pecado y de la muerte, de la ley mosáica entendida como servidumbre a la letra, de las barreras sociales que hacían de los pequeños, malvados y castigados.
¿Hay cura milagrosa? La hay. Dios derramaba sus bendiciones entre el nutrido grupo de los que no tenían nada que perder – los sencillos- y los rescataba de su incapacidad para retornar a la dignidad. Podían ponerse en pie y ser personas. Podían, de nuevo, mirar cara a cara al Dios-todo-bondad que enseñaba Jesús. El milagro se daba porque la mirada iba más allá de la parca y escueta realidad, para adentrarse en el mundo de Dios. En el Antiguo Testamento, en el Nuevo y en el mundo futuro hay sitio para el cambio profundo y radical de las cosas y las personas, al fin y al cabo todo reposa en Su mano.
El milagro de la multiplicación de la comida, panes y peces, se sitúa ahí precisamente. Jesús, compadecido, no quiere que los hombres y la mujeres que le siguen se vayan en ayunas. ¿Qué les ofrece? Lo que necesitan. En un corazón apretado de egoísmo, el gesto generoso rompe las apreturas y esparce el don a todos. Y entonces todo sobra. No sé si era pan, o si los multiplicó como el mago saca conejos de la chistera, pero lo que sí sé es que sobró. Hay, a veces, mucho más milagro en la transformación de un corazón que en un gesto contra las leyes de la naturaleza. Resuena aquí el gesto eucarístco de la generosidad de un corazón que se parte para que otros vivan.
Al fin y al cabo, todos milagros. El mundo nuevo surge al paso de este Hombre nuevo. De la misma forma que pasó haciendo el bien, así nosotros estamos convocados a repartir milagro o, dicho de otra forma, a transformar la realidad para que se parezca más a la que Él quiere. En el esfuerzo, obrará también el milagro.

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Jueves 5 de Diciembre de 2007

Ciudad y casa. Fortificación y cimientos firmes. Y, espigado en los textos, el término confianza y la idea de la coherencia.
Ambos textos se adentran en la idea de la firmeza. El hombre que se mantiene firme, el que no vacila, es el que tiene una base sólida sobre la que asienta sus pies. No resbala, no cae. ¿Quién es esa Roca firme? El Señor. O su Palabra. Dios se ha dicho totalmente al hombre en la Palabra de su Hijo. Ya lo sabemos todo de Dios, sabemos todo lo que quiere. Conocemos su voluntad. El temor sobreviene cuando no tenemos la seguridad de pisar terreno firme. O cuando oímos temblar la tierra estremecida por los elementos y no sabemos si resistirá el edificio. Dicho de otra forma, cuando hemos perdido la confianza en que aquello que queremos, se parece al plan de Dios.
Contemporizar, o coger un poco de lo de Dios y mezclarlo con su opuesto, nos pasa tan a menudo que, la mayoría de nosotros estamos en arenas movedizas gran parte del tiempo. La coherencia es el antídoto seguro. Agarrarse a la firmeza de las convicciones y actuar en consecuencia nos asegura no caer, ni derrumbarnos. Porque hay una promesa de por medio: el Él no hay temor. Y otra cosa más: la Palabra de Dios tiene virtualidad, como la semilla. Ella se convierte en lo que nos sustenta. Hay gracia de Dios en su Palabra, o don, o regalo. Agarrarse a ella en tiempos de incertidumbre, posar nuestros actos en sus certeras afirmaciones nos descansa, nos eleva, nos afirma.
La afirmación del cristiano, esto es lo que le hace firme, no es su palabra suelta, sin hilos que la sujeten a los hechos. Sin lugar a dudas, hablamos de ser coherentes, de dar testimonio. Hoy hacen falta, urgentemente, hombres y mujeres de recia fe y hechos probados. Hay mucha palabrería suelta y poca acción sujeta a ella. La reflexión que se le manda hoy a la Iglesia, al conjunto entero de los cristianos, no puede ser más clara. Tanto lo que hacemos, lo que decimos, cómo lo decimos y desde dónde, habla de nosotros. Pero sobre todo, habla por nosotros lo que se transparente en nuestras acciones. Todo un reto.

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Viernes 6 de Diciembre de 2007


A mi me llama mucho la atención en los milagros, que Jesús pida el protagonismo del que va a ser sujeto de la acción, para realizarlo. Mana de su persona un poder y, como pidiendo permiso, necesita que el que pide se ponga en el centro. Es como si quisiera desaparecer Él de la acción para dejar al hombre o a la mujer que piden delante de Dios, uno frente al Otro. Por eso es el primero, el que va delante, el que eleva la humanidad hasta la divinidad. No roza, trastoca. Quizás por eso ordena silencio el Jesús del evangelio. Puede ser porque la esperanza que tenemos nos hace mirar en otra dirección y no ver cómo actúa Dios, o porque no acertamos más que a proyectar lo que queremos que Él sea. Habrá que dejar a Dios ser Dios, y no nuestro muñeco.
Ambas lecturas, las de hoy, tienen el lazo de la ceguera. Y de la transmutación en visión por la medio de la fe. Y esta fe capacita para ver la salvación, la liberación de Dios de todas las ataduras.
Hay otra cosa. El grito de los ciegos me parece intenso, agarrado a la miseria feroz del que necesita. ¡Cuántas criaturas hoy podrían repetir ese lamento! Y hace falta tocar mucho, esto es, estar cerca para solucionar tantísimo sufrimiento acumulado en las entrañas de la humanidad. Vueltos otros Cristos, tenemos que buscar en plazas y calles la ceguera que esconde la dignidad del hombre, la falta de visión para ver en los otros hermanos y hermanas. Mirar más allá para curar las cegueras de esta sociedad, que mira mucho su ombligo redondo, mientras mueren en la indigencia miles de seres con derecho a ser.

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Sábado 8 de Diciembre de 2007: Inmaculada


Celebra hoy la Iglesia una festividad de María que la vuelve a poner en el centro de la mirada de los cristianos.
María, madre de Jesús, es el modelo del discipulado. Sigue a Jesús sin llegar a comprender del todo el objetivo y los medios de su misión. Navega en un mar de dudas sobre su equilibrio, el de su hijo. María, como las muchachas de su época, tendría un conocimiento de las Escrituras escaso, fruto de lo que podía escuchar a sus padres y a los judíos varones. Por eso la perplejidad que podría sentir ante alguna de las afirmaciones de su hijo. Pero no se asusta, las encara. Y, a veces, se pone enfrente para llamarle la atención. Aunque desde la humildad de sus ser mujer judía.
Aún así, no ceja en su seguimiento. Como madre y como oyente. Siempre atravesada del amor de la madre que ve a su hijo en un ascenso, una escalada que le va a traer complicaciones.
En el fuero interno de María, como en el de todas las judías, soñó con dar a luz al Mesías y, probablemente se preguntó si no sería él. Yo creo que lo fue deduciendo, por eso no lo abandonó, ni siquiera cuando nadie daba una mala moneda por él. María, incluso en la duda, se apostó entre los que escuchaban y, seguro, iba aceptando a ese Dios Distinto y cercano que proponía su hijo. Por eso, para mí, es el modelo de discípulo. La primera. La Iglesia naciente tampoco lo dudaba y, nos lo dicen los textos del libro de los Hechos de los Apóstoles, se reunía para orar, para seguir escuchando lo que tenía que hacer. Oyente de la Palabra, es el mejor piropo que se le puede decir. Y su Hijo era la Palabra.
En esta festividad me gustaría que los cristianos volvieran la mirada hacia la sencilla, la coherente, la que ha puesto su firmeza en Dios, la que confía. Por decirlo de forma total, la Discípula. Y, si fuera posible, la bajáramos a la realidad de la que ella no se despegó, para poder hacer presente el sueño de su Hijo.

Pedro Barranco ©2007

martes, 16 de octubre de 2007

Comentarios a las Lecturas del 15 al 20 de Octubre de 2007

Comentarios a las Lecturas del día


Lunes 15

Pudiera ser que de tanto esperar a que venga, nos distraigamos en el último momento y pase de largo. Bien podría suceder que nos acostumbráramos tanto a mirar lo conocido, que lo confundiéramos con lo esperado.
La historia de Israel, al fin y al cabo la nuestra, es la de una larga, arriesgada y tenaz espera. Pero, ¡oh casualidad!, en ocasiones se le coló entre la trama de lo desconocido. Y Dios tuvo que dar un tirón de orejas de profetas rudos y provocadores. Y a veces contra los profetas. De fracaso en fracaso no aprendió este pueblo de dura cerviz. Jonás es el paradigma del hombre convencido de que Dios se equivoca en su escritura. Su pequeña mano quiere torcer los renglones. Y Dios dale que te pego, proponiendo conversión a los de fuera.
Jesús se hace profeta de los de antes para decirle al pueblo que aprenda a mirar. Porque le puede suceder que sepa que ha llegado cuando huela el rastro aromático de haber pasado. De tanto esperar al Profeta de Dios, al Mesías, dejaron de creer que podría ser realidad y lo lanzaron al futuro siempre por llegar.
Aprender a mirar que está, que acompaña, que se presenta entre los que menos esperamos. Saborear su presencia, en medio de la realidad, sin que se nos nuble la vista con nuestras percepciones y prejuicios. Porque podrían venir de Oriente y de Occidente, y así nos quiten la alegría de haber descubierto la salvación.
Siempre se me queda colgada la pregunta: si hubiera vivido en su tiempo ¿lo habría conocido? Porque ahora, con cierta tristeza, me da rabia no encontrarlo. ¿Será que miro donde no debo? Debo confesar que me da más seguridad pensar que llegará, sí, pero esta historia mía no tiene porque estar condicionada por su presencia actual. Y así, mi mediocridad se me hace cómoda. Ese es el grito de Jesús a los de su tiempo, y a los del nuestro. Es una invitación con cierta tristeza y con mucho de enfado. ¡Aprended a mirar! ¡Salid de vuestra cómoda dorada mediocridad! Sólo así podremos encontrar la verdadera liberación.


Martes 16

Comienza aquí una larga retahíla de imprecaciones contra un colectivo muy especial: los fariseos. Me dan un poco de pena estos fariseos. Parecen testigos mudos, equivocados de tiempo y de lugar. Los fariseos se confundieron, pasados los siglos, con la totalidad de los judíos. Y así tuvieron la justificación para perseguirlos hasta la muerte. Nosotros también pudimos ser ahí testigos mudos.
Pero no va de eso la lectura. Creo yo que entre todos estos judíos, habría personas, de buen corazón, que querrían encontrar en el cumplimiento de la Ley su salvación y la de su pueblo. Incluso Jesús come con ellos. No sólo con los pecadores y los excluidos. También con los “oficialmente buenos”. No roba a nadie la posibilidad de encontrarse definitivamente con la liberación total. Y en el evangelio aparecen varias comidas con gente que quiere saber.
Entonces ¿qué pasa? ¿Por qué unos sí saben situarse frente a este mensaje y otros parece que no?
Creo que Pablo da una pista sobre esto en la lectura que corresponde al día de hoy: “Alardeando de sabios, se hicieron necios”. Parece que todos aquellos que tuvieron la posibilidad de oír el mensaje de Jesús, sintieron que ese mensaje era distinto porque ponía, blanco sobre negro, la verdad sobre la mentira. O, como en este caso, la verdad de lo que soy sobre la mentira de lo que no quiero ser. Exterioridad e interioridad son dos aspectos de la misma realidad que somos. Lo llamamos coherencia. La fuerza de Jesús residía justamente en esta identidad. Por eso se convierte en alguien incomodo. Los fariseos, que no siempre actuaban por convicción, son aquellos que dejan de lado el corazón del hombre para preocuparse, demasiado, por la letra de la Ley. No es este un pecado antiguo, enterrado con todos los fariseos. Está latente en los pliegues de todas las normas de las religiones. También entre nosotros. También entre nosotros. Y te pido hoy que hagas el mismo esfuerzo que me comprometo hacer yo. No juzgar a los otros, no encontrar la cantidad de fariseos que tengo a mi alrededor, sino prestar atención a las actitudes fariseas que me roban la paz del corazón, juzgando con lo que yo condeno: la fidelidad a mis concepciones.


Miércoles 17

Todos los judíos estaban obligados a pagar un diezmo. Era una fórmula para mantener el servicio religioso del Templo. Rito contra amor. Así nos lo presenta la Escritura. La gran diferencia en el planteamiento cristiano, frente a las otras religiones, lo constituye el hecho de que la relación hombre-Dios no es a través del Rito, sino de la relación novedosa con la humanidad.
En algunas religiones, el sacerdote (chamán, santón, etc.) es el único mediador entre Dios y el hombre. Para acceder a la esfera sagrada no tenemos necesidad de otro que nos haga de vehículo, nuestra actitud con los demás es el hecho religioso. La propuesta es la justicia y el amor, actitudes humanas que me aproximan a mis semejantes para elevarlos y llevarlos a su plenitud.

Hay ciudadanos de primera y de segunda. Se expresa en esta lectura con lo de los primeros puestos. Sin embargo, el seguimiento de Jesús nos hace iguales. Entre los discípulos parece que esta era una realidad tan evidente que, en su grupo, había hasta mujeres. Segunda característica que se enfrenta a una costumbre muy humana –y religiosa- de diferenciar entre unos y otros en función de sus cargos y no de su santidad de vida.
Parece muy lógico que rechinen las cuadernas y protestemos: ¡oye, que también me estás señalando! Pues sí, porque nosotros empezamos a dividir el mundo entre los que se parecen a mí y hacen lo que yo hago, que son los buenos; y los que hacen lo otro y se van a condenar. Y ojito porque estas actitudes se nos cuelan en las mejores intenciones y terminamos condenando a todos. Antes, debe existir esa inclinación hacia el bien de los demás- el amor- y hacia una percepción que nos iguala frente a los otros y a Dios – la justicia-. Este es el mensaje que Jesús no cesa de expresar de una u otra forma. Y hoy es necesario, como lo fue entonces.






Jueves 18

Me imagino a Jesús dirigiéndose a las gentes de su tiempo con un cierto punto de impaciencia y molestia por su incapacidad para percibir lo obvio.
No me extrañaría nada que se preguntara cómo era que no habían caído en la cuenta de lo que su propia historia señalaba. Y de su recalcitrante cabezonería que hacía de los profetas, sospechosos.
Se queja Jesús. Muchos pasajes del evangelio están llenos de un lamento que no parece cuadrarnos en él. Pero también forma parte de su lenguaje, porque él es también un profeta.
Y el profeta, en la más vieja tradición judía, propone y asevera, amenaza y anima. Tiene en su mano las riendas para soltarlas y retenerlas. Sabe de la historia, y a dónde se dirige. Por eso su impaciencia.
A Jesús le pasa lo mismo. Le dice a los teólogos de su tiempo -sobre todo a los oficiales- que anden con buen cuidado, no vaya a ser que lo que ellos dicen que Dios dice, termine siendo la causa de la negación del hombre para con Dios.
Hay una afirmación popular -curioso, también del Concilio Vaticano II- que hace culpable de la increencia a los que creen. Por la escasez de fuerza de su testimonio. También por la fuerza de una argumentación oscura, cerrada -con llaves- prohibitiva, que produce miedo. Los teólogos del tiempo de Jesús tenían argumentos retorcidos, a veces, para poder llegar a conocer a Dios y su voluntad. Lo mismo que nosotros. Y no dejamos entrar a los de fuera, ni permanecer a los de dentro. No coinciden, no están en la misma onda de teología y son sospechosos. No entran.
Un grupo compacto de interpretadores oficiales de los misterios de Dios, que se ponía por encima del vulgo, del pueblo, y los miraba con desprecio, impedía la mirada hacia Dios. Impedía la mirada de Dios. Por eso Jesús les dice, nos dice, que se pedirán cuentas por no haber franqueado el paso de todos hacia su presencia cariñosa. Dios, para Jesús, es un océano de misericordia, no un compendio teológico, aunque éste haga falta.
A partir de ahí, la persecución. No es de extrañar. Como siempre, este maestro de la Verdad, hace que todo se transparente. ¿Habremos aprendido nosotros con los siglos de experiencia? ¿O tendremos en nuestra mano una llave que no abre ni cierra?

Viernes 19


No tengáis miedo. Y eso se lo dice a un montón de personas que se agolpan hasta pisarse. ¡Qué discurso, qué palabra tuvo que tener este hombre! Hay un público, una humanidad entera por conquistar con la Palabra de la Vida. Porque era evidente que encandilaba con su mensaje. Y no era para menos.
Lo primero, esa percepción de Dios que es cercanía. Atributo divino, por cierto, olvidado por los teólogos, ¿No habría que recurrir a la analogía del lenguaje de mínimos para hablar del Dios de Jesús? Podríamos definirlo como amante, sufriente, cercano, abierto al perdón, pobre y dependiente del hombre para poder venir al mundo… Ya Celso, en los primeros momentos de la Iglesia, se indignaba con los cristianos por este discurso que hacía a Dios –el de Jesús, claro - falible, mediato y finito. O dicho mejor: que podía equivocarse, que necesitaba de los otros y que tenía un fin. Por eso el hombre no tiene nada que temer. Dios no se sienta en un trono inmenso y separado de los hombres, sino que camina con ellos, en su historia personal, los acompaña, pide de ellos su cordialidad para poder salvarlos, se humilla hasta la negación de su criatura, busca en lo recóndito de su alma para poder engrandecerlos… en fin se convierte en uno de nosotros. Por eso muere de amor, de un amor herido de humanidad, esto es, de apertura eterna para que el otro se acerque.
No temáis, porque Dios-padre-corazón de madre, abarca la totalidad de nuestra limitación para llevarnos a la inmensidad de su amor. Nada se pierde de nuestro ser en su enorme capacidad de verter cariño, cada uno de los huecos de nuestras células se verán inundados de la felicidad de sentirnos queridos. Y ningún universo de maldad podrá quebrar esa voluntad de acercarnos a su seno. Ni nuestra contumaz capacidad de querernos superior a Él o a los otros; ni el odio alimentado sobre nosotros que se vuelca en los demás; ni todo el egoísmo que destilamos en las acciones de abandono o desidia. Nada puede doblegar su deseo de acabar en Él todas las cosas y los seres.
No puede haber miedo, ya hemos sido rescatados para un amor mejor.

Sábado 20

Lo que más llama la atención en este retazo de la Palabra de Dios es que parece latir una queja ante la posibilidad del abandono de las convicciones.
Pienso que estamos en una encrucijada de la historia en la que el problema vital, dentro del cristianismo, reside en la intensidad.
Vemos cómo los jóvenes buscan vivir intensamente el momento y, sin mirar excesivamente hacia adentro, entran en una espiral de diversión que es preocupante. O cómo los adultos claudican de los grandes principios para vivir pegados a consignas, abortando toda posibilidad de triunfar en sus sueños. Vemos cómo el cristianismo se convierte en una caricatura de sí mismo quedando, por ejemplo, sólo la tela del traje de comunión como espejismo de eucaristía. También nos podemos asustar ante la desastrosa imagen de los partidos, vendiendo sólo imagen – y poder.
Relativizar todo, para poner en el mismísimo medio a Jesús. Abrir las velas de la esperanza para dejarse enviar, al soplo del Espíritu, hacia las remotas aguas del Reino Nuevo. Y no equivocarse convirtiendo los medios en fines, el riesgo en miedo, y la prudencia en negaciones parcas.
“El Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que debéis decir”. Como campaña de marketing es bien poco, pero como dicen los más grandes: “lo menos es más”. Aprender a fiarse más de quien tiene las riendas de la historia, ciertamente nos haría más libres, menos temerosos. Más confiados en la supremacía de Dios en la historia. Buena falta nos hace a todos.