miércoles, 17 de diciembre de 2008

Semana del 21 al 27 de Diciembre de 2008

Los siguientes comentarios están publicados en Ciudad Redonda, la página de los claretianos. Os la recomiendo.


Lunes 22

Comienza esta semana, que es grande, porque nos prepara para uno de los acontecimientos importantes en la vida de fe del cristiano: el Nacimiento de Jesús, el Mesías, el Señor.
Si a alguno de nosotros nos regalaran envoltorio precioso, que intuyéramos podría ser un caramelo, y lo abriéramos y lo encontráramos vacío: ¿qué diríamos? Sin duda pensaríamos que es un chasco. La Navidad, esto es la fiesta de la natividad del Señor, puede volverse eso: un envoltorio perfecto para nada. Por eso hay que dotarla de sentido, vivirla en la plenitud de quien se sitúa en el centro de la historia, en el centro del tiempo. Esto es lo que quiere hacer Lucas a través de este recorrido que nos propone en la Liturgia de la Navidad: nos dice que hemos descubierto un eje del tiempo a través del cual gira todo el universo.
A mí me sobrecoge el cántico de María. Comúnmente se le llama con la primera palabra del texto en latín: el magníficat. Lucas lo sitúa al principio de su relato y es porque quiere que sea como una llave que abre una historia insignificante, pero que va a ser el comienzo de la Historia, la de la salvación de todos los hombres y todas las mujeres.
Lo que más impresiona es cómo dice que Dios se fija en los pobres, en los abatidos, en los sencillos. Todos los que no cuentan nada, tienen dónde apoyarse; todos los que sienten que el mundo pasa por encima de ellos como una apisonadora, tienen un refugio; todos los oprimidos de la tierra tienen un valedor. Le suma una promesa: aquellos que oprimen, los que creen que pueden, los que aplastan, tendrán que ajustarse a un juicio muy severo. Los que han abierto la puerta del dolor, del sufrimiento, de la injusticia, se encontraran de frente con Dios y les enfrentará con su propia miseria, y con la que sembraron. El texto es una bendición que se derrama, una esperanza que se yergue, una felicidad contenida que se desborda. María, una de las protagonistas del Adviento hasta la llegada de Jesús, es el cauce de ese don de Dios. Es la puerta y la llave. Precioso texto para prepararnos, precioso texto para alegrarnos: Dios se abre paso en la historia, a través de una criatura como nosotros, María, cauce de bendición.


Martes 23

Entra en escena el segundo protagonista del Adviento: Juan el Bautista. Y, lógicamente, los textos van entrelazados: la profecía de Malaquías nos dice que el que precede al Mesías habrá de ser como Elías. Es curioso cómo retrata al profeta. Coincide con Juan.
Juan pertenecía a una familia sacerdotal, pero él no va a ser sacerdote. Zacarías e Isabel no esperaban ya descendencia, pero la tienen. Parece que todo va a contramano de lo que debe suceder. Para Dios nada hay imposible. Sin embargo estos acontecimientos suceden dentro de la vida cotidiana de estos personajes que saben descubrirlo en las pequeñas cosas. Puede pasarnos a nosotros lo mismo, que Dios vaya a contracorriente en nuestra vida, que aparezca en los momentos menos oportunos, cuando ya está vencida la esperanza. Estar atentos es el mensaje.

La circuncisión era el rito de rescate del judío, la señal de pertenencia, la introducción a la comunidad israelita que le aseguraba la bendición de Yavé. En este contexto es donde recibe una doble bendición. No para él. La recibe porque será el precursor, el que va delante, el que anuncia.
La otra gran figura que abre, el preámbulo, nos advierte. Dice el texto que Dios estaba con él.
Nosotros andamos un poco en la misma situación que Juan. No somos más que anunciadores. Como esos hombres que llevan una pancarta diciendo qué se debe hacer o comprar. Juan tuvo que adivinarlo, como nosotros hemos de intuirlo en tantas ocasiones. Juan sería un icono que señalaba, que advertía. Nosotros también. Esperaba y sabía reconocer. Nosotros también. Ya a las puertas del cumplimiento de nuestro triunfo, no hay más que abrir las ventanas para que pueda entrar la claridad. Nuestra espera tiene recompensa.


Miércoles 24


Hermanitos y hermanitas:
Ciertamente que las Lecturas de preparación para la Navidad están bien engarzadas. Nos ayudan a aproximarnos con paso firme para poder descubrir. Al menos eso es lo que yo voy percibiendo. Es como si me hicieran ir cayendo en la cuenta. Una película que va resolviendo los enigmas que han ido complicando la trama.
Cuando David quiere aparecer como grandioso ante su pueblo y ante el mismísimo Dios, le quiere construir un templo, una casa. El Dios que andaba errante con Israel, que era libre y no estaba sujeto, debe someterse en un lugar. Pero Yavé está por encima y le dice a David que no se haga ilusiones. La única casa que habitará será la que quiera habitar. Y va más allá. No es bueno competir con Dios, porque siempre nos saca ventaja. Vuelve a la Promesa para decirle que su descendencia será la que alumbre una salvación, una realidad que ni el puede soñar.

Cuando Zacarías habla con este himno, nos dice que Dios cumple su promesa: que va a habitar una casa que será luz. Cumple la Promesa. Lo había dicho desde antiguo y, ahora, ha suscitado una fuerza salvadora que nos libera. Es un texto que, como todos los de Lucas, en el principio del evangelio quieren llenarnos de esperanza ante el acontecimiento que nos sobreviene: que Dios está de nuestro lado. Por eso va a suscitar un liberador, alguien de quien podemos decir: es mi Señor. Es el Señor.
La imagen final es como una traca que nos hace exclamar de admiración: es el sol que nace de lo alto, la luz definitiva, la que no está intimidad por la noche. Así se nos presentará esta misma noche, una luz inextinguible en medio de la oscuridad. La vida de Jesús sucede en medio de estas dos luces: en su nacimiento y en su resurrección. Los cristianos tenemos el tesoro mejor: vivimos en la esperanza de la luz. O, dicho de otro modo, todo lo que representa la tiniebla: l mal, el sinsentido, la angustia, la muerte, la desgracia, la pena…no van a poder resistir la embestida humilde de la esperanza y del bien. Y esta es una Promesa que, como siempre, suele cumplir el buen Dios.

Jueves 25

Hoy día 25 de Diciembre tiene la liturgia diversas posibilidades de elección de lecturas. Yo quiero fijarme en las propias del día, esto es en las del profeta Isaías, la de la carta a los hebreos y, por último, la introducción del evangelio de Juan.
La explosión que vive hoy la Iglesia universal es, sin duda alguna, la de la mayor alegría que pueda plantearse entre el cielo y la tierra. Esta alborada ha inaugurado un puente que une, de forma definitiva, el cielo con la tierra. Podemos decir que se han roto todas las fracturas que existían entre Dios y el hombre, que todas las escalas se hacen innecesarias, que no hay más que una única realidad.
Dios ha bajado, ha asumido de forma absoluta la humanidad, para poder subirla después, esto es ascenderla hasta divinizarla. La Palabra, el Verbo, se ha dicho al hombre. Y se ha dicho, de tal forma, que no necesita posible traductor porque es Dios mismo quien sale de sí, y se convierte en mensajero y mensaje, en remitente y en envío.
Como dice Isaías, ya podemos ver cara a cara a Dios. No es una idea, sino un rostro humano que ha podido acariciarse, acunarse y mecerse. Dios no es una cosa oculta a los ojos de los hombres, sino que se puede acompañar, seguir o abandonar.
Pero ¿qué victoria es esa de la que habla el profeta? Podemos mirar a nuestro alrededor y no atisbar ningún signo de esperanza. Pero el mensaje se ha anunciado esta noche, diciéndonos que viene en la pobreza y en la carne, en la humildad y de forma sencilla. Dios no se abre paso en la historia a golpe de fuerza, de imposición, de dominio, de forma que no podamos elegir. Lo hace llamando a la puerta de cada uno de nosotros, como aquel famoso verso de Lope:
“¡Alma, asómate agora a la ventana,
Verás con cuánto amor llamar porfía! ”

Nada impide que lo neguemos, como nos indica Juan: “vino a su casa, y los suyos no le reconocieron”. Porque este Dios que conocemos en Jesús ha roto todos los parámetros y nos sigue sorprendiendo siempre.
Mira, por tanto, debajo de cada cosa, porque se hace el encontradizo.
Permitidme que termine este ratito con unos versillos, quieren recordar esta enorme humildad de la que se ciñe el Niño:

Nace un niño,
en vaho de burro ceñido;
alumbra al cielo el tamo,
se hace luz la noche;
pesebre que fuerza la bruma
y ahoga estrellas sin brillo.
Nace el Niño,
de inocencias vestido,
con el acampan
liberación y alegría
Abre la historia a Dios
su sólida confusión de sueños
convirtiendo el pesebre
en radiante luminaria.
Nace el Niño,
y su llanto es más alegría
que un firmamento de risas,
inaugura a Dios en esta tierra
y tiembla el miedo para siempre.
Nace el Niño.


Viernes 26

Parece como un jarro de agua fría. Ayer celebrábamos la renovación de una esperanza, sin embargo hoy vemos a dónde puede conducir esta esperanza.
Por un lado Esteban, el protomártir. Por otro lado la aseveración que nos hace Jesús sobre la realidad que puede, y debe, provocar su seguimiento.

El relato de Esteban tiene muchos parecidos con el de la muerte de Jesús, y no es para menos. Podríamos decir que todos los mártires están asociados, de alguna forma, a aquella muerte silenciosa del Gólgota. Jesús va a dejar un reguero de seguidores que lo van a acompañar hasta la muerte, por eso son idénticos a él.

En el evangelio de Mateo se nos advierte de lo malo que sería que la gente nos vieran anodinos, insulsos, conformistas, mediocres, mimetizados con el medio. El evangelio de Jesús es combativo, no deja indiferente. La irrupción de Dios en la historia humana la diviniza, y por ello provoca tensión, dinamismo y oposición. Nadie queda a salvo de esa realidad. No contemporizamos con el mal, ni con la injusticia, ni con la desigualdad, ni con la opresión, ni con nada que haga del hombre una criatura infeliz. Jesús no lo hizo, y nos pide lo mismo a nosotros. Estamos llamados a ser luz, y la oscuridad puede oponerse.
Hay algo que debe quedar claro. La oposición por aquello en lo que nosotros debemos reflejar del reinado de Dios, no a nuestros métodos, o a lo que podemos hacer de mal, o dejar de hacer de bien. No hay que utilizar la persecución como un escudo protector de nuestros defectos o nuestras formas. La persecución, de la que habla Jesús, ha de ser por el bien que hacemos.
La solución viene al final, la perseverancia, la constancia, darán su fruto.
Vivimos momentos delicados en la sociedad. Pero es algo que sucede en cada momento histórico. Llevar con garbo, con sentido evangélico la posible dificultad nos crece, porque nos lleva a ser otros Cristos. Por eso, aunque parezca un jarro de agua fría, estas lecturas nos ubican correctamente. Jesús es nuestro Señor, por eso no hay temor.


Sábado 27

¡Qué emocionante hubo de ser aquello que vivieron los primeros! Tuvieron que reelaborar todo lo que sabían y vivían a la luz del acontecimiento de la Resurrección. Jesús es alguien para nosotros porque ellos experimentaron que estaba vivo. Y por eso, su nacimiento, se convierte en significativo para nosotros.
Creo que de eso se trata. Ser signos. Que toda nuestra forma de ser, de pensar, de movernos por la vida se encuentren amparadas por la responsabilidad que tenemos de ser significativos.
Bueno, en el evangelio se utilizan otras palabras: ser luz, ser testigos, anunciar, etc. Vale todas y las que hoy quieran decir lo mismo.
Todo aquello de lo que nosotros somos testigos se convierte en la luz. Es la luz. El nacimiento de Jesús sucede en medio de las tinieblas. La resurrección de Jesús sucede en la noche y la ahuyenta. La vida de Jesús es una luz que va echando todo vestigio de mal y de tinieblas.
De eso somos testigos. De eso estamos viviendo para que demos vida.
Por eso se aunan en, en esta semana, los dos acontecimientos. El nacimiento y la resurrección son irrupción de Dios en la historia para convertirla en Historia. Nuestra forma de percibir a Dios, de pensarlo, de vivirlo, va mucho más allá. No lo ve distinto, sino solidario y cercano. La transcendencia se vuelve inmanencia. El cielo se vuelca sobre la tierra porque se abre una brecha de luz por la que podemos ascender para hacernos iguales al Hijo. Dios ha roto toda ruptura.
Por eso me glorío en ser cristiano, porque me da alegría poder ver que mi Dios y mi Señor me acerca sin quemarme, y me eleva sin destruirme.

Podéis pinchar en este enlace para verlas:
http://www.ciudadredonda.org/subsecc_mb.php?scd=3&sscd=14&nuevo_mes=12&nuevo_ano=2008&dia=22

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