Lunes 30 de Marzo
Dicen que la única vez que sabemos que Jesús escribió algo, fue en esta ocasión. Me pregunto qué pondría en el suelo. No acierto a imaginármelo, pero fue lo suficientemente claro para que los que estaban allí entendieran algo más de su concepto de la persona y de la compasión. A lo mejor no eran más que garabatos, o listas de pecados, o de perdones…o quizás nada de eso.
Atravesamos nuestra vida de juicios y valoraciones sobre las otras personas. Miramos desde el prisma de nuestras pobres miserias y rencores, desde nuestro concepto de la justicia, del castigo o del perdón.
Una cosa me preocupa cada vez más: la verdad se encuentra tan de nuestra parte, que los demás sólo pueden estar en el error. Esa especie de endiosamiento que nos convierte en distintos y radicalmente situados en el sitial de la sabiduría.
Los contemporáneos de Jesús conocían probablemente el episodio que se nos cuenta en el libro de Daniel. No juzgaban por apariencia, en este caso. Habían visto el pecado de la mujer, y la llevaban para matarla. Al hombre ni se le cita, su castigo era menor. La mujer, desposeída de dignidad, era la que cargaba con todo el peso de la culpa. Jesús va más allá, como siempre. Se pone del lado de la persona débil y les hace caer en la cuenta de su enorme debilidad: nadie está libre de errores, de culpas, de pecados. La mirada de Dios es benevolente porque nos vuelve sobre nosotros para poder entender con misericordia los errores de los otros.
Se necesitan muchas dosis de perdón, y este sólo puede salir de un corazón reconciliado. Una persona que haya vivido en profundidad la densidad del perdón, sobre todo del que proviene de Dios, puede mirar con bondad al otro, aunque sepa reconocer el mal que ha hecho. Jesús no justifica el mal realizado por la mujer, le pide que no peque más, sino que la acoge para que pueda darse en ella el cambio, la transformación interior. Camino largo y difícil el que nos propone el maestro, pero gratificante. Al final, quien es capaz de realizar la proeza de perdonar, obra el milagro del cambio interior del otro y del suyo propio. Si fuéramos capaces de mirar así, y de sentirnos mirados así, el mundo podría ser capaz de hacer llegar el alba del nuevo mundo que todos esperamos que aparezca.
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Martes 31 de Marzo
El extraño episodio que nos relata el libro de los Números sobre la serpiente y la curación siempre me ha llamado la atención. La gran desconfianza que tiene el pueblo de Israel hace que no se crea ni lo que Dios ha ido haciendo, ni lo que es capaz de hacer ni, más aún, saben por qué lo hace. Y la mítica serpiente, asociada al mal y a Egipto, se convierte en curación y salvación. Es la contradicción del signo. Se quejan de haber estado en mejores condiciones de felicidad cuando eran esclavos. En el desierto, mirar hacia la esclavitud los hará sentirse libres, pero sólo cuando reconozcan que Dios los salva. Por eso la picadura de la serpiente no les hará ya daño, porque Dios está con ellos.
Juan nos recuerda ese pasaje, pero con una nueva consideración, o desde una nueva perspectiva: en Jesús se cumple de manera definitiva esa sanación. Cuando dice “yo soy”, está recordando el pasaje de la zarza ardiente, cuando dice que será levantado, el del libro de los Números.
En Jesús se han cumplido todas las promesas de Dios a lo largo del Antiguo Testamento, pero también en Él se ha dicho Dios a sí mismo definitivamente. Por eso no lo abandona. Ni tampoco a nosotros.
Jesús es la sanación completa y definitiva, porque es Dios mismo quien se manifiesta en Él. Y más aún, se cumplirá todo en el sacrificio al que será sometido: el escándalo de la Cruz, como diría san Pablo. Otra vez la contradicción del signo, que parece fracaso, pero que indica triunfo.
De todo esto quiero concluir que Dios nos ha regalado, en Jesús, la forma de acceder a la vida de una firma definitiva, que nos asegura el bien, la salvación, la sanación. Por puro amor suyo, por puro regalo. Precioso don. Mirar a la Cruz es quedar prendidos al regalo de Dios. Estamos señalados para Él.
Hoy es día de gozarnos de esto, de darle gracias por el don. Hoy es día de gozarnos por la posibilidad que tenemos de rehacer nuestro ser, contemplado la cruz.
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Miércoles 1 de Abril
El texto de Juan es muy severo. El enfrentamiento se va recrudeciendo porque los judíos (en realidad los dirigentes judíos, quiere decir Juan) no son capaces de reconocer a Jesús, ni verlo como un enviado del Padre.
Hay dos cosas que me llaman la atención en el texto:
1. “La verdad os hará libres”. Es una frase que sirve para una vida entera. La verdad como aquello que nos propicia vivir en autenticidad, o como la que transparenta nuestra esencia. Somos libres, sí, pero a través de un arduo proceso de búsqueda. Somos libres, pero como fin de una carrera, en la que nos vamos buscando por dentro de nosotros mismos, a ver si nos hallamos auténticos. Somos libres no como premisa, sino como conclusión. La búsqueda de la verdad como una auténtica pasión, como la carta que nos dará el triunfo. Cuando hay tanta mentira, tanta imagen que empaña la verdad, tanta propaganda que oculta, tanta mentira piadosa…la verdad como bandera.
2. “…si Dios fuera de verdad vuestro Padre”. La paternidad divina. Qué hermoso atributo dejó Dios de sí mismo. No es un invento, una energía. No es un descubrimiento filosófico frío, no es un Dios sentado en un trono distante. Dios es el Padre. Se conmueve, se inclina, se preocupa. Cambia. Esto no podía entrar en la filosofía de la época, por eso era un escándalo. Pero el Dios de Jesús quiere seguir paseando con el hombre, quiere acercarlo a Él. No con una voluntad malévola, o con el interés de condenarlo. Jesús es la expresión de este cariño y esta ternura.
Pero los judíos no entendían nada. Estaban anclados en sus verdades. Cerrados en sus conceptos. Bien podría pasarnos a nosotros. Bien podría sucedernos que anduviéramos despistados, sin reconocer a Dios como Padre, y a los hombres como hermanos. Bien podría pasar que Jesús no fuera para nosotros un rostro claro de Dios, y no anduviéramos tras sus pasos. Por eso este texto. Para que, de forma cruda, caigamos en la cuenta. No vaya a ser que digamos que ya estamos salvados por el hecho de pertenecer a un grupo. Nada de eso. La auténtica conversión pasa por reconocer Jesús como verdad, eso nos hará libres.
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Jueves 2 de Abril
“Os aseguro que quien hace caso a mi palabra no morirá”. Bueno, pues ya está. Más claro no se puede decir. Es muy fácil lo que hay que hacer…
Si nos ha faltado algo, durante demasiado tiempo quizás, es ese regusto enorme por escudriñar en los textos sagrados, en la Palabra de Dios. Nuestros hermanos protestantes nos han precedido en eso. Han ido reflexionando en común, y en distintos tipos de asambleas, círculos, reuniones, y un largo etc. sobre esto, que es de vital importancia. Y mucho antes que se convirtiera en un libro necesario de leer para los católicos, laicos o ministros. Si nos hubiéramos acercado antes a los que se nos comunica con claridad, puede que no nos hubiéramos confundido tantas veces.
Lo que nos falta es acercarnos a la Palabra, para comer de ella, y después hacerla vida. Hay mucha gente que dice que Dios no habla hoy. Pero eso es sólo una verdad para aquel que se sitúa en una premisa no creyente. Dios habla claro, y fuerte, cada vez que lo descubrimos en algún pasaje del evangelio. Se nos comunica de forma directa, porque las palabras que dice Jesús no son un conjunto de recetas, un testimonio frío de lo que pasó, sino que constituyen el modo más claro de comunicación del hombre con Dios, y esto para decirnos de Él.
En las iglesias hay dos mesas: la de la Palabra y la de la Eucaristía. Conviene comer de las dos. A eso nos invitan cuando vamos a celebrar, con los hermanos, la vida. No es un ritual con el que hay que cumplir. En él hay una donación que quiere ser vivificante. Y la Palabra, la de Jesús, resulta ser la materia que nos aporta el discernimiento para saber qué debemos hacer y cómo debemos ser.
Hay una invitación explícita en la lectura: encontrarse con Jesús es abrir el evangelio y hacerlo vida. Y estamos llamados a ser otros cristos por y para los hermanos.
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Viernes 3 de Abril
Juan, el evangelista, quiere ir construyendo su relato como si se tratara de un retablo actual, una especie de película que va tensionándose más y más hasta suceder lo inevitable. Jesús va desarrollando su misión y, a la vez, quiere ir desvelando su identidad. Y esto es lo que hace que nadie de su tiempo comprenda realmente qué está sucediendo.
Somos hijos en el Hijo. Creo que esto podría resumir lo que nos adelanta este trozo de evangelio. Jesús ha descubierto que la divinización del hombre, su elevación, no proviene más que de la donación que Dios ha hecho al hombre de su esencia más íntima.
Nosotros estamos hechos a imagen de Dios, es decir, participamos de Él. Y nos parecemos en dos aspectos que nos definen: la capacidad de amar y la libertad. Por eso Jesús nos dice que somos dioses. En Jesús hemos sido rescatados de nuestra limitación, para convertirnos en su imagen.
Esto nos trae una enorme responsabilidad, porque todos los seres humanos participamos de esa íntima realidad, somos hijos de Dios. Y esto nos puede impulsar a reconocer en los otros su altísima dignidad, su esencia, y a ayudarles a que la recuperen, si la han perdido.
Hay una cosa más. Jesús habla de las obras que dan testimonio de Él. Creer, sobre todo porque hay una realidad que respalda a Jesús: hace lo que dice. Dicho de otra forma: es coherente. Nuestro cristianismo puede adolecer de esa incapacidad de comunicar, quizás porque le falte la fuerza de las obras.
Muchos retos para una lectura, y muchos más aún para una vida. Pero merece la pena porque nos podemos encontrar hermanos. Y porque participamos de esa jovialidad divina de quien sabe que el mundo puede ser un lugar para pasearse por la tarde con Dios.
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Sábado 4 de Abril
Terminamos esta semana en la antesala de lo que estaba previsto. Todo quedaba, en el fondo, tejido de forma tal que era imposible que no sucediera de otra forma. Jesús no tiene miedo a ir desgranando su realidad íntima, su verdad, aun cuando esto pueda costarle la vida.
El pasaje que se nos presenta está en interconexión con el que se nos ha propuesto en Ezequiel, pero mientras que en éste parece triunfante, en Jesús es un término cruento.
Nada sucede de forma gratuita, o ligado a una suerte caprichosa, y menos en la vida de Jesús. Hay una orientación querida y consentida por él. Y hay una obediencia a un plan de su Padre. Jesús sabe que Dios quiere al hombre hasta el grado máximo de la fidelidad y la cordialidad. Y sabe que no siempre el amor se comprende, o se asume, o no provoca reacciones adversas. Porque el amor, en Jesús, es combativo. Se enfrenta al origen del mal, a la opresión, a la injusticia, a la destrucción de la persona…y esto no deja indiferente a nadie. Y, menos aún, a las instituciones que fomentan la muerte.
Hoy, miles de hombres y mujeres saben eso mismo. Por amor, por puro amor, se enfrentan a situaciones insostenibles. O han sido asesinados, torturados, humillados, apartados, por eso mismo. Tú puedes poner ejemplos, el martirologio cristiano está lleno de ellos. Y la vida cotidiana, también. Ahora mismo está sucediendo en muchos sitios. En el fondo, es mejor que muera uno, o unos pocos, que se caiga el entramado de injusticia que vivimos.
Todo esto lo vivirá Jesús en su carne, y como antelación. Todo esto lo podemos vivir en su pasión de forma solidaria. Y podemos también saber qué hay detrás de todo. La misericordia de Dios, su acercamiento al hombre para recuperarlo de la miseria, es nuestra propia vocación. Por eso no tememos a los que pueden matar el cuerpo.
Acompañemos al Hombre. Vivamos con Él la certeza de su verdad: el hombre ha sido creado para ser de Dios, para ser perfecto. Y hemos de tensar la historia, y el universo entero, para conseguirlo.
lunes, 30 de marzo de 2009
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