Te quiero cantar en esta noche sin oscuridad
el más bello de los sones,
quiero librar una batalla con todos los sonidos
y escoger los mejores
para hablarle a todos de este triunfo, de esta dicha.
Te cantan hasta las piedras,
te anuncian todas las luces,
te llaman todos los hombres y los ángeles
para poder ofrecer esta liturgia de felicidad.
Hoy, en una historia mil veces repetida, hemos gustado de la liberación:
la de Israel, pueblo de dura cerviz, que no conocía el descanso en sus errores y en sus aciertos; pero al que Dios se acercó con alma de compañía y se hizo historia con él. Hizo oxidar sus cadenas con el agua del Mar Rojo trocándolas en liberación. Y su pueblo fue testigo.
La de aquellos que vieron romperse la roca por la fuerza de la resurrección, que buscaron en el hueco y no encontraron. Te vieron vivo, y bien vivo, venir de frente. Con el alba nueva diste sepultura al miedo, a la muerte y sembraste en el seno de su historia, nuestra historia, la posibilidad de retornar a Dios todas las cosas. Más aún, al hombre todo. Fueron testigos, los primeros, engendraron la esperanza, vieron parirse el mundo de nuevo, nos legaron la vida, se desgastaron y prendieron fuego de victoria en el rotor del mundo. Ellos fueron testigos privilegiados del dominio del bien sobre el mal.
Esta es la noche santa, la que hace de gozne del bien, la que resume en una luz todas las esperanzas, las ilusiones y las alegrías. Esta es la noche primigenia, abre el vientre de piedra y mana agua que salta, cantarina, haciendo de puente, de rocío hasta el más allá de la muerte. Por atardecer el mundo de testigos, envío al Hijo, humanizó su realidad y convirtió el crepúsculo en amanecida.
Escuchad todos su amor, que quema, dilata, expande, perdona y rehace. Escuchad la Palabra definitiva de un Dios de las cosas sencillas que muere, dejando un rastro de donación mal contenida. Miradle y contempladle en la luz de los ojos que han visto la Luz. Sed testigos en la historia del rumor que abre nuevas expectativas, nuevos horizontes. “Bendita la culpa que mereció tal Salvador” Benditos nosotros que hemos recibido la fuerza, que hemos oído el susurro, que conocemos la huella. Benditos nosotros porque nuestra madre, la Iglesia, nos ha dejado, sin mancha ni merma, el mismo mensaje que vieron los primeros.
¡El pecado ha sido vencido!¡La muerte huye en derrota! Nadie puede colmar más un vaso de libertad; nadie puede buscar ya más un refuerzo de confianza, nadie puede vivir ya de espaldas a la verdad. Hemos nacido de nuevo. Hemos sido renacidos por la fuerza del testimonio de amor de un Cristo eternamente vivo y rebosante de plenitud.
No hay miedo. Ya no puede vivir cobijado en nuestras miserias. Somos hijos de la Luz, somos herederos del infinito, somos ciudadanos de las estrellas. Estamos pertrechados para arrancar las tinieblas con un fuego que no se apaga. Somos el Nuevo Pueblo que marcha, liberado al fin, hacia un Orbe nuevo y distinto. Estamos unidos, por la fuerza de la Sangre, a todos los que ama Dios, a todos los hombres y mujeres de todas las historias posibles. Nuestro nudo es más fuerte que la muerte. Hermanos, al fin, que esperan ver ardiendo, hasta la Nueva Aurora, a este Cirio.
Jesús, el Cristo, Ungido para la Vida, brilla para todos nosotros, para la Humanidad completa y no se extingue. Y nosotros somos testigos. Dichosos testigos. Así sea.
PEDRO BARRANCO
viernes, 11 de abril de 2008
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